La depresión histérica.

“Ahí donde los fármacos silencian, es importante escuchar al que sufre”.

Cuando el sujeto recurre a psicoanálisis, o a cualquier otro tipo de psicoterapia, transmitirá de acuerdo con su subjetividad el malestar que padece y procurará proveerle de cierto sentido. La demanda que se pone en evidencia al inicio no siempre resulta ser el meollo del asunto, por lo que es importante señalar que habrá una demanda manifiesta y otra subyacente, esta última es la que permanece oculta para el psicoanalizado y en la que se enfocara el psicoanálisis.
En la vida cotidiana se habla de síntomas: depresión, ansiedad, insomnio, etcétera, términos que se han popularizado tanto como los fármacos destinados a “curar” dichos padecimientos, pero lo que realmente importa es que estos sujetos tienen cosas que decir, malestares que querrán explicar detalladamente a otro para recibir una explicación que, tal vez, confiera un poco más de sentido a eso para lo que no encuentran una certera respuesta. Detrás de los síntomas depresivos, de llanto, de tristeza, de sensación de abandono, subyacen voces y palabras que dan cuenta de algo más.
En algunos casos, estos síntomas depresivos pueden ser la vía de entrada a una personalidad que habla, que se transforma y que se adapta no para cambiar, sino más bien para mantenerse tal como está y, es decir sintomática, con lo cual obtiene su “Goce”.
Cuando son mujeres las que recurren a psicoanálisis, al referirse a su vida amorosa, regularmente hacen hincapié en las múltiples insatisfacciones, abandonos y frustraciones que han padecido por culpa sus parejas, además es común que este tema le genere incomodidad al punto de evadirlo casi de inmediato, existiendo una notable carga de angustia en su discurso. Sus conflictos pueden ir desde olvidarse de cosas importantes que deben realizar hasta un marcado desinterés por las relaciones sexuales. Con una sensación de tristeza permanente, acompañada de desgano y falta de entusiasmo, pérdidas ocasionales de memoria que conducen a estas mujeres a cometer errores y pasar malos momentos, con una demanda latente que se dirige a buscar paliativos para ocultar síntomas depresivos que se desprenden de una sensación constante de soledad y abandono.
El estado de ánimo deprimido, la disminución de la capacidad de disfrutar y la merma de la vitalidad, dan cuenta de claros síntomas depresivos, aunque estos no siempre pertenecen a un cuadro patológico. Cuando hablan de su historia y de sus pérdidas afectivas cercanas, dan cuenta de una forma particular de sufrimiento.
En su obra de “Duelo y melancolía”, Sigmund Freud se refiere a esta última de la siguiente manera: “La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”.
Nos encontramos por lo tanto que existe una pérdida de interés en el entorno. La función de la memoria requiere de un mínimo de atención hacia el entorno.
Cuando se da un repliegue de la atención, la función de la memoria será perjudicada. En términos netamente prácticos, esto podría adjudicarse a un estado depresivo (distímico) que ha ido agudizándose y prolongándose a lo largo del tiempo. Esta particular forma de sentirse, es una recurrencia por las pérdidas sufridas, que pueden abarcar el abandono de algún progenitor en la infancia, quebrantos amorosos en la vida adulta… por lo cual la histérica expresará: “es mejor olvidarse”, tal y como se olvida de todo lo demás: llaves, monedero, citas, nombres, etcétera.
Freud se refiere en “Duelo y melancolía” a los autorreproches del enfermo, además que la predisposición a la melancolía depende del predominio del tipo narcisista de la elección de objeto, en la que el sujeto elige su objeto amoroso como él es, o como le hubiera gustado ser.
Jacques-Marie Émile Lacan en el seminario 10 de “La angustia”, planteó que, si bien la “falta” generaba deseo, la “pérdida” generaba la vacilación del deseo. Esta vacilación del deseo es visible en situaciones de afectos depresivos. La pérdida provoca, la mayoría de veces, la ilusión de que aquello que se perdió es lo único que se desea realmente.
En una observación meticulosa regularmente se desprende que esos abandonos sufridos por las histéricas a cargo de sus parejas, fueron ellas las que verdaderamente propiciaron directa o indirectamente el alejamiento, con los más diversos argumentos o excusas, esto puede ser entendido como un intento de prevenir que sean ellas las primeras en ser abandonadas, aunque paradójicamente ese acto de alejarse también las deja solas.
Muchas mujeres que son diagnosticas como depresivas, distímicas, ansiógenas, etcétera son en realidad féminas que presentan una personalidad histérica. Mujeres que hablan sobre penas, sobre la falta de alguien a su lado para no sentirse solas. Con lo que dejan ver una imagen idealizada de la que parecerían desprenderse de sus más íntimos anhelos de que “tal vez”, alguien podría darle lo que necesita.
La histérica está destinada a la insatisfacción permanente, sin embargo, esta es una posición que, paradójicamente, permitirá a este tipo de mujer continuar en su incesante búsqueda, búsqueda que la colma de “Goce”.
Existe una característica de la histeria muy importante que es la identificación. En su obra “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud expone tres tipos de identificación. La primera se refiere a “la exteriorización más temprana de afecto con otra persona”. Freud habla de esta primera identificación como aquella que prepara el camino para el Complejo de Edipo, que aflora cuando la identificación con el padre, en el caso del niño varón, se enfrenta con la investidura de objeto que tiene hacia la madre. Los dos tipos de identificación restantes se referirán, especialmente, a la formación del síntoma histérico.
El segundo tipo de identificación, “pasa a sustituir a una ligazón libidinal de objeto por vía regresiva, mediante introyección del objeto en el yo”.
Cuando entran en acción las fuerzas represivas, la investidura de objeto retrocede hacia la identificación, por lo que la formación de síntoma se convierte en una forma de identificación con el objeto amado. Este es el tipo de identificación que se presenta generalmente en la histeria. La histérica se identifica con el objeto perdido, o con el afecto perdido de tal o cual objeto (madre, padre). Al desarrollar el concepto de identificación, salta a la vista que la identificación de la histérica es con el objeto; identificación que se traduce en su vida adulta en la repetición de sus abandonos y separaciones y que nos inclina hacia una personalidad histérica con síntomas depresivos.

La búsqueda de sensaciones por medio de la sustancia tóxica (droga).

La vida tiene constantes colisiones con nuestro pasado; somos la suma de lo que hemos vivido, y lo que anhelamos ser.

David Rosenfeld señala que existe una relación entre la piel y las sensaciones cutáneas que busca el toxicómano para provocarse —mediante la sustancia tóxica— una forma de recuperar las primitivas sensaciones de calor que le proporcionaba el contacto piel a piel con su madre en la infancia.
Por otro lado, este autor detectó en el toxicómano, que busca alcanzar un aumento del ritmo respiratorio con determinadas sustancias estimulantes, lo cual se halla correlacionado con fantasías mágicas de «introyección del pecho inacabable-aire y con una expulsión simultánea de sus aspectos negativos en la espiración». Se trata de un placer a través de la inhalación y la expulsión del aire con ritmo creciente.
Mediante este tipo de respiración se pretende —según él— reproducir un movimiento maníaco de pérdida, hambre y recuperación del objeto. El adicto tiene entonces la sensación de que tanto el Yo como los objetos internos están vivos. Esta particular forma de instrumentar la función respiratoria puede ser detectada antes, durante y especialmente después del consumo de la sustancia tóxica, sobre todo al disiparse el primer efecto de la misma. Necesitan entonces expeler el «objeto introyectado», para lo cual recurren a una conducta que nombró: “tic expulsivo nasal”, consistente en una expulsión brusca del aire a través de la nariz. Conducta observada en algunos toxicómanos que traviesan ciertos momentos paranoides. Asimismo este tic, puede ser considerado un indicio de respuesta ante determinadas interpretaciones del psicoanálista.
Básicamente consiste en la materialización de una «fantasía de expulsión de una madre perseguidora». Siguiendo estas ideas, el autor se preguntó si no sería de utilidad postular la existencia de una “etapa respiratoria pre-oral”.
Para Rosenfeld la adicción a las drogas surge como una tentativa del sujeto por encontrar el «pecho materno» con lo cual puede controlar la ambivalencia de sus estados de ánimo, a lo que se añade un ataque al pecho real al usar la droga o el pulgar que chupa como un subrogado de un pecho atacado, degradado y envidiado. Pero simultáneamente la sustancia tóxica aparecería como la representación internalizada de la madre que no tolera los cambios de humor, con lo cual el sujeto repite consigo mismo las conductas que antes había recibido por parte de su madre interna.
Por último debemos hacer una precisión al respecto, «pareciera que esta carencia de madre que aparece para el niño como un esfuerzo de las fantasías inconscientes acerca de una madre interna que no tolera los cambios de ánimo del hijo, estuviera referida solamente a la carencia del vínculo en la realidad». Valdría la pena recordar el libro de André Green titulado “La madre muerta” para entender que no se trata de la pérdida real de un objeto sino de una madre que sigue viva pero que “está psíquicamente muerta a los ojos del pequeño hijo a quien ella cuida”.
Rosenfeld consideró que la clasificación de los toxicómanos era de gran utilidad para enfocarlos a una clínica específica y vislumbrar su pronóstico. De este modo los ubicó en cuatro tipos: Primero.- Sujetos con duelos neuróticos que buscan en su fantasía de ingesta un envoltorio o sustituto de la piel; Segundo.- Sujetos identificados con los «objetos internos muertos» de los cuales no pueden diferenciarse; Tercero.- Sujetos con un diagnóstico de autismo o con características autistas que intentan reparar una muy primitiva noción de identidad a través del mundo propio de sensaciones creado por la droga; Cuarto.-Sujetos con un funcionamiento mental basado en el modelo denominado “esquema corporal primitivo psicótico”, en virtud del cual fantasean que su cuerpo carece de piel y músculos o que está relleno de sangre y líquidos vitales.

Algunas características de los toxicómanos.

David Rosenfeld encontró en sus pacientes toxicómanos ciertas características reiteradas, que son de llamar la atención, por ejemplo, la regularidad que se presenta en la historia personal del adicto un vínculo frustrante con su madre, correspondiente a períodos muy tempranos del desarrollo; incluso durante la etapa de lactancia donde no hubo la elaboración del duelo melancólico por el pecho. Para este autor es crucial identificar los «mecanismos de defensa» que utiliza el toxicómano —en especial la degradación y desvalorización del objeto (madre)— así como el momento en que la droga se torna como algo «perseguidor».

El miedo del hombre a la mujer.

Cuando el sujeto (varón) tuvo en su infancia una madre que representó un temor profundo, una amenaza que atentaba contra su Yo, que con su presencia se sentía aniquilado porque la percibía como omnipotente, aunado a un padre ausente, frio, que jamás lo salvaguardo de ese tipo de madre, esto repercutirá en la personalidad del sujeto, donde probablemente podría presentar un deseo psicótico, es decir, regresar al seno materno, algo que estaría presente en sueños o fantasías de forma simbólica, y al mismo tiempo el anhelo de ser un “hombre”, a pesar de su temor a la “angustia de castración”. Se puede pensar que la vagina representa para este sujeto un peligro, por lo que puede desplazar su interés hacia el ano, que simboliza la perversión, la inmundicia, lo que esta en descomposición, la muerte; contrario a lo que simboliza la vagina: vida… ausencia de perversión.
Los sujetos que presentan disfunción eréctil, o en palabras de Jacques-Marie Émile Lacan detumescencia precoz, su pene se ve imposibilitado a la erección duradera porque inconscientemente siguen ligados a su madre, tomando una postura infantil donde únicamente está permitido ver, pero se le prohíbe penetrar como hombre.
El temor inicial de estos sujetos proviene de la madre, de evitar la angustia de castración y por lo tanto de su deseo inconsciente de no ser un hombre, manifestado por su impotencia. Durante el Complejo de Castración, el agente castrante activo es la madre en estos casos y no el padre, aunque éste último se postula como un cómplice en estas circunstancias. La madre con su conducta se presenta devaluando la virilidad del hijo, humillándolo y regularmente propina castigos corporales violentos.
Este sujeto, siendo adulto se manifiesta como voyerista, posición donde se siente a salvo: mira desde lejos, sano y resguardado, no arriesga nada y se conforma con el hecho de que las mujeres lo encuentren atractivo, quedando fortalecido así su narcisismo. El padre coadyuvó a este temor de castración en forma significativa, tanto por su propio temor a la esposa como por su gran pasividad.
Karen Horney desarrolla un breve trabajo abordando el temor del hombre a la mujer en su obra “The Dread of Woman”, donde señala la relación conflictiva del varón con la fémina, donde por un lado él teme que por intermedio de ella puede morir y ser destruido, y al mismo tiempo se siente poderosamente atraído hacia ella. Muestra como el hombre expresa este conflicto una y otra vez en mitos, leyendas, etcétera; como en las experiencias de Ulises con las sirenas; en lo que les ocurre a los que no responden a la pregunta hecha por la esfinge; en el símbolo de la diosa Kali; en los ejemplos bíblicos de Sansón y Dalila, Judit y Holofernes, Salomé y San Juan bautista.
Horney nos dice, además que “Georg Groddeck una vez dijo públicamente: por supuesto que el hombre teme a la mujer”. Y agrega, “que en la pubertad no sólo tiene el adolescente que liberarse de la fijación incestuosa a su madre, sino más aún, deberá dominar su temor a todo el sexo femenino”.
Otros autores, como Karl Abraham, Otto Fenichel mencionan los deseos castrantes de la mujer en general o de la madre en especial, aunque casi la mayoría de los psicoanalistas minimizan o ignoran el miedo que el hombre tiene a la mujer que en algunos casos puede repercutir en impotencia viril, en homosexualidad o enuresis infantiles.
La experiencia clínica y algunos datos de la literatura psicoanalítica muestran que el hombre teme a la mujer y específicamente a su madre, temor que cargara el resto de su vida. Este temor a la mujer puede representar una grave psicopatología. Tanto en hombres como en mujeres, este temor es causado por la relación de dependencia con la madre o figuras substitutivas. El temor más intenso a la mujer dependerá obviamente del nivel de fijación pregenital y del carácter destructivo de la madre.
Bajo la influencia del narcisismo masculino, el hombre ha caído en la trampa de creer que la sola posesión del pene lo convierte en un “hombre maduro” y lo cree aún más, si es capaz de llevar a cabo una relación “sexual normal”; el hombre ha olvidado que el proceso para alcanzar su virilidad es de esfuerzos cotidianos incesantes.
El temor del hombre a la mujer lo lleva a traicionar a sí mismo, con todas las consecuencias inherentes a su vida sexual.

La neurosis obsesiva y su influencia en la soltería permanente.

El sujeto con personalidad neurótica obsesiva está fijado inconscientemente a su madre, le es incapaz de serle infiel a su progenitora, por lo que utiliza como defensa ante ese placer que le pudiera brindar el otro, eligiendo objetos imposibles, (personas casadas o comprometidas, o dentro de su esfera laboral se fijan en alguien que tiene posiciones más elevadas a la suya: directores, dueños de la empresa, etcétera) así como se puede observar que se propone metas inalcanzables; en algunas ocasiones —estos neuróticos obsesivos— llegan vincularse con otros que ante sus ojos son menos que nada, intentando una especie de seducción como un esbozo para evitar tanto la culpa inconsciente que le generaría la infidelidad hacia la madre, como la posibilidad de acceder al Goce. Eternos solteros que justifican su posición con infinidad de excusas, poniendo a trabajar arduamente sus mecanismos de defensa, mecanismos ampliamente estudiados por el psicoanálisis para evadir el vinculo afectivo genuino con el otro.

¿Por qué el sujeto se muestra en fotografías semidesnudo en Facebook?

La seducción es una conducta que tiene importancia capital tratándose de la vinculación de pareja, siendo que también cobra especial atención en el caso de la personalidad histérica. Hay que tomar en consideración que no únicamente se trata de la “seducción” como una expresión aislada sino como un comportamiento meticulosamente armado inherente a la personalidad del sujeto que lo caracteriza, que tienen su origen en la infancia y han quedado depositados en el inconsciente.
Esta seducción, por parte del histérico, se acompaña de un comportamiento “sobre compensado” de su feminidad o masculinidad según el caso, con esta postura se habla de una máscara que no permite conocer al sujeto, ya que aporta hacia el exterior una imagen de perfección indiscutible para los demás, y de hecho tiene esa función especifica; sucede que el histérico no quiere que los demás le conozcan tal cual es, porque tampoco quiere conocerse a sí mismo, sino únicamente a través de la mirada y admiración del otro (algo muy visto ahora en las redes sociales como Facebook donde regularmente las mujeres tienen cientos o miles de contactos pero que curiosamente con ninguno tienen un vínculo más estrecho, desean más bien causar «impresión» con sus fotografías eróticas con la finalidad de ser elogiadas) y en el fondo de lo que esto nos habla —desde el punto de vista del psicoanálisis— es de que no quiere saber nada de su deseo, porque no lo conoce, y busca encontrarlo afanosamente a través del deseo del otro; además no es capaz, salvo pocas ocasiones, de llegar a ese placer sexual tantas veces imaginado, porque desea sobre todo el reconocimiento de que existe como hombre o como mujer, pues paradójicamente a lo que pueda esperarse en función de su presencia, en la histeria se encuentran dificultades en la identificación sexual, siendo la diferencia algo que lo aterroriza porque lo remite a la “Angustia de Castración”. Por esto, es que se puede observar la tendencia del histérico de preguntar de manera directa o disimulada al otro por su deseo: ¿me deseas? ¿soy atractiva para ti? para conocer algo del propio (deseo), a través del otro.
De allí la estrategia histérica de desear de modo de hacérselo desear al otro (Joel Dor), a fin de no llegar al conocimiento del propio, para no tener que asumirlo, para no tener que responsabilizarse sobre él, pero sobre todo para permanecer eternamente insatisfecho, ni siquiera al placer –preámbulo de éste desde su perspectiva psíquica–, pues implicaría una desintegración de su Yo, peligro al que rehúye como a la muerte misma. En lo dicho puede resaltarse entonces la participación de la mirada y la seducción, la mirada del otro sobre el histérico es fundamental para reafirmarse, siendo la seducción una estrategia para lograr dicha confirmación. También es conveniente señalar que el histérico lo erotiza todo (Juan David Nasio), es decir la utilización de su lenguaje, la mímica, la postura… y ahora, marcadamente dentro de las redes sociales sus fotografías semidesnuda o incluso desnuda colocadas en su perfil, no siendo capaz de reconocer la connotación sexual de ello, porque existe una disociación que dé inicio la llevó a erotizar todo el cuerpo, a excepción del área genital, de allí que podamos explicar la presencia muy frecuente de insatisfacción en las relaciones sexuales y lo exuberante y cotidiano de su comportamiento de seducción.
La necesidad que exhibe de la mirada de los otros sobre sí también puede confirmarse en el hecho de que crea escenas, en las que el sujeto histérico es siempre el centro de atención, buscando también el reconocimiento sobre sí, sea como víctima, como héroe, o simplemente como el anfitrión del grupo, observando detenidamente las reacciones que los demás tienen hacia ella o él, amoldando inconscientemente la situación para lograr sus fines, lo que se asocia evidentemente con el convencimiento a otros sin el empleo de la violencia pero que de alguna forma una seducción exacerbada puede llegar a «acoso» misma que se convierte en violencia. Necesidad de ocultarse por medio de la máscara, comportamiento “sobre compensado”, dificultades identificatorias, creación de escenas, no reconocimiento del propio deseo, eterna insatisfacción, resultan ser definitorias de la personalidad histérica.

La mirada que seduce.

“El primer beso no se da con la boca sino con la mirada”. Tristan Bernard.

Cuando alguien que nos cautiva con su presencia, esa imagen nos lleva al deseo, deseo que se acrecienta al imaginarlo como inalcanzable o prohibido. El sujeto tarde o temprano queda insatisfecho de mirar lo conocido, siempre dominado por una atracción óptica que puede llegar hasta la condición absoluta de la visión como un tacto a distancia. Pero al mismo tiempo padece un conflicto entre su imaginación y sus posibilidades reales; donde la “posesión” queda como una ilusión de no cumplirse nunca, ligada indisolublemente a algún acontecimiento sepultado en el inconsciente.
La mirada contiene la primacía de la comunicación, es conocimiento directo del otro, del otro como sujeto, la percepción de su subjetividad.
Pero en ciertas circunstancias el otro que nos mira (la otra subjetividad, la otra conciencia) nos puede influir tener precaución porque percibimos que nos puede coartar nuestra libertad, ya que lo hemos sobrevalorado y pone en entredicho lo que somos, lo que queremos ser.
Quien no ha pasado por la escena de espiar, de mirar por la rendija de las cortinas, por el ojo de la cerradura; la conciencia queda atendiendo lo que ocurre en la habitación, está dirigida a las cosas que ahí se desarrollan, dejamos de pensar en nosotros mismos, pero, de pronto, sentimos que alguien más nos observa, que precisamente nos mira como estamos espiando, percibimos la consciencia del otro, su presencia en algún lugar cerca, y no del otro como una mera cosa sino como sujeto, como alguien que nos va a venir a reprochar nuestra conducta y con ello sentirnos avergonzados, en ese momento es cuando volvemos a ser conscientes de nosotros mismos, de lo que estamos haciendo.
Es quizá la mirada la primera manifestación de la seducción, entra al cuerpo del otro subrepticiamente ya que no conoce ley y transgrede reglas, convenciones, prohibiciones. El sujeto que seduce con la mirada confecciona un argumento laborioso: la seducción como concepto es sólo una coartada que justifica o pretende explicar cualquier cosa. El seductor consigue que la invitación prospere, ya que un sujeto potencialmente seducido depende, en última instancia, de la voluntad de osadía que tenga. Una breve historia imaginada por el seductor, sólo podrá ser contada después de haberse concretado o no su hazaña.
Encuentros fortuitos que siempre están latentes, redes invisibles que se encuentran en nuestra sociedad, que suscitan a diario miradas que despiertan o movilizan nuestros más diversos fantasmas.
La mirada causa una inusitada fascinación, ya que implica un desafío sobre todo si se sostiene. Una mirada así, siempre aprisiona al observado.
Más que buscar una razón, es sentir una sensación, la mirada seduce y nos dejamos seducir por la pasión que la acompaña. Podemos mentir o evadir con palabras la seducción pero la mirada es delatora, incluso si se agacha la mirada. Difícil refutar el postulado aristotélico que todo lo que hay en la mente ha pasado por los sentidos. El sujeto seducido es prisionero, voluntaria o involuntariamente de su seductor centinela.
Las miradas se mezclan en una peculiar danza, de enlazamiento inmediato, a espaldas de los demás, y de su discurso: un orgasmo silencioso. Goce que se desvanece inmediatamente cuando hace aparición el lenguaje hablado.
La idea de la mirada aparece predominantemente en la obra del filósofo Jean Paul Sartre como algo que el sujeto experimenta en forma pasiva, mientras que el vouyerismo y lo que Jacques-Marie Émile Lacan denomina “pulsión escópica” colocan a ésta en el campo de la acción. En el juego especular que Lacan plantea no se puede omitir al sujeto en la acción de mirar también se mira: en el espejo uno mira y es mirado. Captación del deseo, en el deseo del otro a través de la mirada. Más allá de la mirada está el deseo que la sostiene y la fundamenta. Todo gira alrededor de la mirada, es presencia invasora, objeto persecutorio por excelencia y es en ella en la que debe hallarse la clave, no únicamente de la seducción, del amor, del crimen sino de toda la psicopatología en general.
Sin lugar a dudas, la mirada evidencia el espectáculo del deseo.

El motivo de optar por la vía intravenosa para drogarse.

Alain de Mijolla y Vica Shentoub plantearon la hipótesis sobre el sujeto alcohólico crónico mismo que padece una «escisión del Yo», escisión que tendría por finalidad dividir al sujeto en dos partes: una sana y la otra adicta, y con ello brindarle una oportunidad de «sobrevivir» dentro de la sociedad, aun a pesar de su condición de alcohólico.
Por su parte, Robert A. Savitt, señaló que existen sujetos con adicciones a sustancias tóxicas donde su personalidad presenta una psicopatología «pre-oral». El toxicómano que se administra la droga por vía intravenosa efectuaría con ello una involución de naturaleza «regresivo-fetal», siguiendo así el camino que una vez ligó al feto con la madre en una unión parasitaria. Este último autor suponía que el adicto consume drogas para sobreponerse a la «amenaza persecutoria de desintegración y aniquilación», derivada de la estructura notablemente arcaica de su Yo. Dicho arcaísmo favorecería la posibilidad de que el “Ello” abrume exacerbadamente al “Yo”, ante lo cual éste reaccionaría con una desesperada defensa. En un estadio «pre-oral» de narcisismo primario, el recién nacido no ejerce un rol activo en su propia alimentación. A esto se debe la elección del adicto por el «canal vascular» como medio de absorción, pues a través de éste es que logra una rápida regresión al narcisismo primario. Tal sistema constituye, además, la vía más directa para la incorporación de suministros nutritivos. Para Savitt, “el adicto se desvía de la ruta oral e inconscientemente imita las relaciones fetales con la madre mediante una representación simbólica. Realiza así, a través de un mecanismo introyectivo arcaico, un «intento de restablecer la relación objetal perdida»”.

El Yo débil del toxicómano.

Ernst Simmel, psicoanalista norteamericano que realizó una importante contribución a la psicopatología y al tratamiento de las adicciones, sugirió que los sujetos toxicómanos que sufren de neurosis narcisista de tipo maníaco-depresivo, se defienden de su trastorno utilizando mecanismos propios de la «neurosis obsesiva». A su parecer, la acción de la sustancia tóxica (droga) recae fundamentalmente en el Superyó que, al quedar disuelto por dicha sustancia, cesa de efectuar demandas. Simmel coincidió con los puntos de vista de Karl Abraham y Paul Kielholz acerca de la frecuencia de las perversiones (incesto, homosexualidad, escoptofilia, exhibicionismo, sadismo y masoquismo) entre estos sujetos.
Para Simmel el toxicómano se encuentra básicamente afectado de melancolía, en contra de la cual le sirve la sustancia tóxica de defensa al producir una “manía artificial’. Realizó examinó los efectos que el alcohol ejerce sobre el Yo, y sobre el Superyó, confirmando así la importancia de los impulsos agresivos y su relación con la perturbación maníacodepresiva. Centró su interés en establecer si la desintegración del Yo se produce como causa o como consecuencia del consumo reiterado de alcohol, llegando a la conclusión que la estructura y la dinámica del alcoholismo son las mismas para cualquier otro tipo de adicción. Como la mayoría, Simmel enfatizó la oralidad de los adictos, los cuales reemplazan las «relaciones objétales» por el odio expresado en términos de devorar y destruir el objeto. El adicto sólo consigue relaciones objetales «pseudolibidinales» (parciales) y su único objeto valorado pasa a ser la sustancia tóxica o el alcohol. Simmel sugirió que la conducta del bebedor crónico constituye un homicidio y un suicidio también crónico. Realizó varias apreciaciones sobre el cambio en la estructura de carácter de los toxicómanos. Conclusiones que fueron producto del amplio número de casos observados en el sanatorio psicoanalítico que estableció en Alemania, en “Schloss Tegel” uno de los principales centros de introducción de los métodos de Sigmund Freud en el tratamiento de las adicciones, las psicosis y las neurosis graves, donde todo el personal contaba con formación psicoanalítica.
Simmel utilizaba el tratamiento de internado en el sanatorio, especialmente en los casos graves de adicción, porque pensaba que era más fácil contrarrestar las tendencias autodestructivas de estos sujetos bajo estas condiciones que cuando se los trataba como pacientes externos. Además, comprendió que el ambiente del sanatorio podía, en sí mismo, proveer suficiente gratificación como para que el adicto lograra abandonar su adicción. Simmel era consciente también de la importancia que tiene para el toxicómano contar con el psicoanalista durante la fase de desintoxicación. También se percató que algunos pacientes utilizaban el sanatorio como un «refugio» y como un tipo de «existencia intrauterina», una situación que por lo general desaparecía espontáneamente con el psicoanálisis, pero que en otros casos podía transformarse en una fuente de «resistencia».
Su artículo más extenso sobre el problema de la adicción, “Alcoholismo y Adicción”, quedó inconcluso a su muerte; no obstante, se publicó póstumamente en 1948. El mismo incluye la recomendación de que se brinde atención hospitalaria al adicto durante el curso de su tratamiento psicoanalítico y que se le ofrezca «terapia ocupacional» para ayudarle a descargar las tendencias agresivas y destructivas subyacentes.
De su amplia experiencia en diferentes centros de tratamiento, especialmente en el de “Schloss Tegel”, Simmel pudo distinguir cuatro clases de bebedores crónicos: el social, el reactivo, el neurótico y el adicto propiamente dicho. En todas estas clases de consumo, el alcohol se emplea como una forma de «balancear un precario equilibrio mental», defendiendo al Yo del impacto de las circunstancias externas (en las dos primeras) y de la amenaza de los conflictos intrapsíquicos (en las dos últimas).

El divorcio y los hijos.

“Cuando uno dice que sabe lo que es la felicidad, se puede suponer que la ha perdido”. Maurice Maeterlinck.

Regularmente el sujeto tiene la íntima convicción de haber atado con firmeza el nudo que lo une a su pareja y haber suprimido todos los medios para no disolver el vínculo. Pero siempre acecha el aflojamiento del nudo del afecto, como la imposición. Lo que puede mantener estables a las parejas por largo tiempo, por paradójico que parezca, es la libertad de terminar en cualquier momento. El deseo de independencia es quizás la fuerza más grande del sujeto. Lamentablemente los hijos son siempre las victimas de las aspiraciones de libertad de sus padres, aspiraciones que terminan generalmente en una dolorosa separación o divorcio.
Los hijos que quieren evitar los errores cometidos por sus padres, que desean diferenciarse de ellos, lo logran sólo durante un tiempo, después se transforman y siguen exactamente sus mismas huellas, es por este motivo, que con frecuencia los vástagos de padres divorciados, también disuelven su matrimonio tarde o temprano.
Los divorcios son siempre tragedias y no existe ningún divorcio feliz, éste tiene una influencia profunda y decisiva sobre el destino de los hijos. No hay dos tragedias que se parezcan, como no se parecen dos sujetos en el mundo; por ello los problemas que implica el divorcio son tan numerosos como variados.
En ocasiones existen condiciones para romper la unión de una pareja, porque de pronto dos seres sensibles se dan cuenta que sus naturalezas no armonizan y deciden de común acuerdo o por conveniencia de uno de ellos, separarse. Pueden haber engendrado a uno o varios hijos que por lo regular se quedan a vivir con la madre. Posteriormente el padre va a visitar a sus vástagos, de cuando en cuando, a casa de ella; pero tarde o temprano el padre se vuelve a casar, y ella al igual que él, también conforman un nuevo vínculo.
Muchos matrimonios que parecen ser armónicos no lo son en realidad; el conflicto se disimula, en algunos casos los niños no presencian las divergencias, pero la atmósfera en la casa está cargada de dichos conflictos: “La maldición por las malas acciones hace que nunca cese de engendrase el mal”.
Por otro lado, la divinidad de los padres cae de su pedestal cuando los hijos advierten la actitud hipócrita de sus progenitores que los educan con una moral estricta, moral que nunca detentan los propios padres. Así el hijo está sometido a una “doble moral”; la que sus padres les inculcan y la que estos mismos padres practican. Esta duplicidad de la moral favorece la psicopatología que se hará manifiesta cuando el hijo crezca, reduciendo con ello la felicidad del hijo, tornándolo inepto para la vida y desdichado para el amor. “La felicidad consiste en la posibilidad de aceptar la realidad. La felicidad no estriba en alcanzar y lograr las más altas metas. El sujeto modesto hallará más fácilmente la clave de la felicidad que aquel que ambiciona todo”.