“Ahí donde los fármacos silencian, es importante escuchar al que sufre”.
Cuando el sujeto recurre a psicoanálisis, o a cualquier otro tipo de psicoterapia, transmitirá de acuerdo con su subjetividad el malestar que padece y procurará proveerle de cierto sentido. La demanda que se pone en evidencia al inicio no siempre resulta ser el meollo del asunto, por lo que es importante señalar que habrá una demanda manifiesta y otra subyacente, esta última es la que permanece oculta para el psicoanalizado y en la que se enfocara el psicoanálisis.
En la vida cotidiana se habla de síntomas: depresión, ansiedad, insomnio, etcétera, términos que se han popularizado tanto como los fármacos destinados a “curar” dichos padecimientos, pero lo que realmente importa es que estos sujetos tienen cosas que decir, malestares que querrán explicar detalladamente a otro para recibir una explicación que, tal vez, confiera un poco más de sentido a eso para lo que no encuentran una certera respuesta. Detrás de los síntomas depresivos, de llanto, de tristeza, de sensación de abandono, subyacen voces y palabras que dan cuenta de algo más.
En algunos casos, estos síntomas depresivos pueden ser la vía de entrada a una personalidad que habla, que se transforma y que se adapta no para cambiar, sino más bien para mantenerse tal como está y, es decir sintomática, con lo cual obtiene su “Goce”.
Cuando son mujeres las que recurren a psicoanálisis, al referirse a su vida amorosa, regularmente hacen hincapié en las múltiples insatisfacciones, abandonos y frustraciones que han padecido por culpa sus parejas, además es común que este tema le genere incomodidad al punto de evadirlo casi de inmediato, existiendo una notable carga de angustia en su discurso. Sus conflictos pueden ir desde olvidarse de cosas importantes que deben realizar hasta un marcado desinterés por las relaciones sexuales. Con una sensación de tristeza permanente, acompañada de desgano y falta de entusiasmo, pérdidas ocasionales de memoria que conducen a estas mujeres a cometer errores y pasar malos momentos, con una demanda latente que se dirige a buscar paliativos para ocultar síntomas depresivos que se desprenden de una sensación constante de soledad y abandono.
El estado de ánimo deprimido, la disminución de la capacidad de disfrutar y la merma de la vitalidad, dan cuenta de claros síntomas depresivos, aunque estos no siempre pertenecen a un cuadro patológico. Cuando hablan de su historia y de sus pérdidas afectivas cercanas, dan cuenta de una forma particular de sufrimiento.
En su obra de “Duelo y melancolía”, Sigmund Freud se refiere a esta última de la siguiente manera: “La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”.
Nos encontramos por lo tanto que existe una pérdida de interés en el entorno. La función de la memoria requiere de un mínimo de atención hacia el entorno.
Cuando se da un repliegue de la atención, la función de la memoria será perjudicada. En términos netamente prácticos, esto podría adjudicarse a un estado depresivo (distímico) que ha ido agudizándose y prolongándose a lo largo del tiempo. Esta particular forma de sentirse, es una recurrencia por las pérdidas sufridas, que pueden abarcar el abandono de algún progenitor en la infancia, quebrantos amorosos en la vida adulta… por lo cual la histérica expresará: “es mejor olvidarse”, tal y como se olvida de todo lo demás: llaves, monedero, citas, nombres, etcétera.
Freud se refiere en “Duelo y melancolía” a los autorreproches del enfermo, además que la predisposición a la melancolía depende del predominio del tipo narcisista de la elección de objeto, en la que el sujeto elige su objeto amoroso como él es, o como le hubiera gustado ser.
Jacques-Marie Émile Lacan en el seminario 10 de “La angustia”, planteó que, si bien la “falta” generaba deseo, la “pérdida” generaba la vacilación del deseo. Esta vacilación del deseo es visible en situaciones de afectos depresivos. La pérdida provoca, la mayoría de veces, la ilusión de que aquello que se perdió es lo único que se desea realmente.
En una observación meticulosa regularmente se desprende que esos abandonos sufridos por las histéricas a cargo de sus parejas, fueron ellas las que verdaderamente propiciaron directa o indirectamente el alejamiento, con los más diversos argumentos o excusas, esto puede ser entendido como un intento de prevenir que sean ellas las primeras en ser abandonadas, aunque paradójicamente ese acto de alejarse también las deja solas.
Muchas mujeres que son diagnosticas como depresivas, distímicas, ansiógenas, etcétera son en realidad féminas que presentan una personalidad histérica. Mujeres que hablan sobre penas, sobre la falta de alguien a su lado para no sentirse solas. Con lo que dejan ver una imagen idealizada de la que parecerían desprenderse de sus más íntimos anhelos de que “tal vez”, alguien podría darle lo que necesita.
La histérica está destinada a la insatisfacción permanente, sin embargo, esta es una posición que, paradójicamente, permitirá a este tipo de mujer continuar en su incesante búsqueda, búsqueda que la colma de “Goce”.
Existe una característica de la histeria muy importante que es la identificación. En su obra “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud expone tres tipos de identificación. La primera se refiere a “la exteriorización más temprana de afecto con otra persona”. Freud habla de esta primera identificación como aquella que prepara el camino para el Complejo de Edipo, que aflora cuando la identificación con el padre, en el caso del niño varón, se enfrenta con la investidura de objeto que tiene hacia la madre. Los dos tipos de identificación restantes se referirán, especialmente, a la formación del síntoma histérico.
El segundo tipo de identificación, “pasa a sustituir a una ligazón libidinal de objeto por vía regresiva, mediante introyección del objeto en el yo”.
Cuando entran en acción las fuerzas represivas, la investidura de objeto retrocede hacia la identificación, por lo que la formación de síntoma se convierte en una forma de identificación con el objeto amado. Este es el tipo de identificación que se presenta generalmente en la histeria. La histérica se identifica con el objeto perdido, o con el afecto perdido de tal o cual objeto (madre, padre). Al desarrollar el concepto de identificación, salta a la vista que la identificación de la histérica es con el objeto; identificación que se traduce en su vida adulta en la repetición de sus abandonos y separaciones y que nos inclina hacia una personalidad histérica con síntomas depresivos.