“Post coitum tristitia”. Tras el coito tristeza (Eso decían los cristianos, llevados de la oreja por los curas con su conciencia antinatural e insana, confundían la lasitud «post coito» con la tristeza del pecado. No sabían amar. En verdad esa lasitud es plenitud, regusto de amor y felicidad, “post coitum gaudium” Tras el goce gozo. Los cristianos nunca han sostenido esta interpretación. La frase procede de la cultura romana, e indica la insatisfacción que sigue a cualquier placer, porque siempre se desea más. José Carlos Villaro Gumpert.
Jacques-Marie Émile Lacan señala: “No existe la relación sexual”. Esta idea se derivada de una concepción escéptica y moralista pero que desemboca en la deducción contraria. Lacan nos señala que en la sexualidad, en realidad, cada uno “está en la suya”; es decir existe la mediación del cuerpo del otro, claro, pero a fin de cuentas, el goce siempre es el propio goce (se tiene un orgasmo para sí mismo) así lo sexual no junta sino separa. Por ejemplo, una pareja hace el coito, el estar “pegados” es sólo una imagen, una representación imaginaria. Lo real es que el goce lo lleva lejos, muy lejos del otro. Lo real es narcisístico, mientras que el lazo es imaginario. Por lo tanto, “no existe la relación sexual”, concluye Lacan. Esta tesis no es aceptada por las demás ciencias de la salud mental porque se posicionan al otro extremo, hablan de “relaciones sexuales «satisfactorias» y «plenas»”. Pero si no hay relación sexual en la sexualidad, el amor es aquello que suple la falta de dicha relación sexual.
Lacan no dice que el amor sea el disfraz de la relación sexual, afirma que no hay relación sexual posible, y que el amor es lo que está en el lugar de esta no-relación. Pero esta idea no termina ahí, continúa. Lo lleva a sostener que, en el amor, el sujeto intenta abordar el “ser del otro”. En el amor, el sujeto va más allá de sí mismo, más allá de su narcisismo. En el sexo, el sujeto está al fin y al cabo en relación con él mismo, mediado por el otro. El otro le sirve para descubrir lo real del goce. En el amor, por el contrario, la mediación del otro vale por sí misma. Esto es realmente el encuentro amoroso: el sujeto busca tomar por asalto al otro, para hacerlo existir con él, y tal como es. Se trata aquí de una concepción mucho más profunda que aquella, mucho más banal, según la cual el amor sería sencillamente una pintura imaginaria sobre lo real del sexo.
En efecto, Lacan mismo se instala en los equívocos filosóficos que tienen que ver con el amor. Decir que el amor “suple la falta de relación sexual” puede ser entendido de dos maneras diferentes. La primera, y más pedestre, es que el amor tapa imaginariamente el vacío de la sexualidad. Es verdad, después de todo, que la sexualidad, sea o no magnífica —y sin duda puede serlo— acaba en una suerte de vacío. Por esta razón obedece a la ley de la repetición: “Es necesario volver a empezar, una y otra vez ¡Todos los días!”. Entonces el amor se posicionaría como una “idea” que queda en ese vacío, así los amantes están ligados por algo más que esa relación sexual que no existe.
Hay un pasaje de Simone de Beauvoir en su obra “El segundo sexo”, en el que describe, luego del acto sexual, el sentimiento que gana al hombre: “…el cuerpo de la mujer es insulso y fofo; y el sentimiento simétrico de la mujer de que el del hombre, salvo el sexo erecto, carece por lo general de gracia, vale decir, es un poco ridículo. En el teatro, la farsa y el vodevil nos hacen reír gracias a un uso constante de estos pensamientos tristes”.
Siendo realistas —con un toque sarcástico— el deseo del hombre es conservar su virilidad, incluso potenciarla, no importado tener un estómago demasiado abultado. Mientras en la mujer su deseo es mantenerse atractiva aunque los senos le cuelguen, aunque es el futuro real de toda belleza.
La ternura amorosa, cuando uno se duerme en brazos de otro, sería como el abrigo que cubre todas esas desagradables consideraciones.
Pero Lacan piensa también todo lo contrario, a saber, que el amor tiene un alcance que podemos llamar “ontológico”. Mientras el deseo se dirige hacia el otro, de una manera siempre un poco fetichista, hacia las zonas elegidas, como el pene, tórax, estatura, complexión física… (en el caso de los hombres); y en el rostro, senos, caderas, nalgas, cintura… (en el caso de mujeres) el amor se dirige al ser mismo del otro, al otro tal como ha surgido —completamente armado con su ser— aunque tenga una vida rota y recompuesta.