Sólo soy «yo» por encima o por debajo de mí mismo, en la rabia o el abatimiento; a mi nivel habitual, ignoro que existo. Émile Michel Cioran.
La construcción de la representación que el sujeto se hace de sí mismo (Yo representación o Self) integra siempre elementos valorativos. Por ejemplo, cuando un sujeto se percibe como alto o bajo, gordo o flaco, en estas categorías está incluído un determinado juicio de valor, que varía según la cultura en general o el entorno familiar en particular, pero que siempre están presentes de alguna u otra forma. Prácticamente, no existen rasgos del Yo que no estén en correlación con una escala de preferencias. Aun los que aparecerían como más puramente descriptivos se hallan ubicados en una escala de valor. Y como en toda escala existen puntos que son los de máximo valor, en el caso de los atributos del “Yo representación”, aquellos que se ubican en el extremo de máxima valoración conforman un “Yo Idea”. La palabra «Ideal» aparece aquí adjetivando al Yo, o sea, está indicando que el Yo es ideal en un doble sentido: perfecto y anhelado de ser como él, y también ideal en tanto ilusorio. Podemos entonces definir al Yo Ideal como la representación de un personaje que poseería los atributos de máxima valoración (belleza, moral, poderío, coraje, inteligencia, etcétera). Los personajes heroicos, las estrellas de cine, las figuras de la mitología… son paradigmas de Yo Ideal. Los ensueños diurnos en los que el sujeto se consuela de sus limitaciones imaginándose como capaz de realizar grandes hazañas, ocupar posiciones destacadas, poseer las cualidades más excelsas, ser muy atractivo, tener mucha inteligencia, etcétera nos aportan también modelos del Yo Ideal. En el terreno de la psicopatología, la existencia del Yo Ideal como representación a la que aspira permanentemente el sujeto se nos revela abiertamente a través de los delirios megalómanos, en los que el sujeto se cree ese Yo Ideal en forma de Dios, profeta, que todo lo sabe… Si bien existe la costumbre de designar al Yo Ideal en singular, como si fuera una entidad simple, en realidad no hay un sólo Yo Ideal sino que existen muchos, que corresponden a los diferentes rasgos. Un sujeto puede tener un Yo Ideal para un determinado valor moral, otro para los aspectos físicos, y aun dentro de éstos puede tener uno muy específico para un rasgo, como la forma de la nariz, la silueta, el pelo, etcétera.
Pero así como la escala de las valoraciones tiene puntos máximos, en los cuales está ubicado el Yo Ideal, también posee puntos de mínima estimación. Para que pueda concebirse algo perfecto es necesario que se tenga una representación de lo que no lo es, es decir de lo imperfecto. Es totalmente imposible, desde el punto de vista lógico y vivencial, la categoría de perfección sin la correspondiente recíproca de imperfección. Esto nos permite abordar un problema que se plantea en la teoría del Estadio del Espejo tal como ha sido conceptualizada por Jacques-Marie Émile Lacan, en la que plantea que el niño obtiene una imagen unificada de sí, a través de la visión que de él le devuelve el espejo, y que la fantasía de cuerpo fragmentado resulta de un efecto retroactivo de tal representación unificada del cuerpo. Si tal representación unificada no existiera, nada podría entenderse como fragmentado, ya que la idea de fragmentado proviene del efecto de contraste con la representación unificada. Pero creemos necesario considerar que la recíproca también es cierta. Si no se tiene la noción de fragmento nada puede tampoco entenderse como entero y no se justificaría el saludo jubiloso de la «imagen especular». Entonces, al preguntarnos ¿cuál es previa?, la fantasía de «cuerpo fragmentado» o la «representación unificada», se plantea una situación que parecería una verdadera aporía. Lo que sucede, a nuestro entender, es que se constituyen simultáneamente, en un mismo acto, la imagen del cuerpo unificado y la imagen del cuerpo despedazado. La imagen que aparece como unificada es la que permite, por contraste, hacer vivencia la otra como fragmentada, y las sensaciones que no aparecían previamente conceptualizadas como fragmento son las que determinan, por contraste, que se vea a una determinada imagen como unificadora. O sea, en el momento preciso de la visión de la imagen especular se ha producido un salto, algo equivalente a ese nuevo acto psíquico que requirió también Sigmund Freud para pasar del autoerotismo al narcisismo, salto que implica pasar de la pura percepción de la incoordinación motriz a la significación de la misma como fragmentación. Que la imagen de perfección y la de imperfección se presuponen recíprocamente lo podemos ilustrar con la situación en que la madre es omnipotente para el chico por contraste con su propia incapacidad motriz, para tomar un determinado orden de incapacidad. Pero, a su vez, la incapacidad motriz es vivida como impotencia, significada como tal, por contraste con lo que aparece como coordinación en la madre. De igual manera el hermano mayor es contemplado con embeleso por el menor porque hace precisamente lo que él no puede hacer. En este caso, al igual que en el ejemplo anterior, hay que distinguir el hecho de que el niño capte, que no puede alcanzar motrizmente algo que desea, y la vivencia de impotencia, de inferioridad con que puede quedar significada esa imposibilidad motriz. Queremos destacar aquí que no se trata de la mera percepción, aprehensión directa de una realidad de orden natural, sino de la forma en que esta realidad queda codificada.
Ahora bien, si las categorías de perfección, omnipotencia, implican las recíprocas, el Yo Ideal implica la posibilidad de existencia de otro Yo que no sea Ideal y que se caracterizaría por estar ubicado en el lugar de la menor valoración de la escala. En función de esto, para este Yo resulta adecuada la denominación de «Negativo del Yo Ideal». El Yo Ideal y su Negativo se encuentran ubicados sobre el mismo eje semántico, en los polos del mismo, pudiendo existir puntos intermedios entre uno y otro. Cuando se compara el Yo Ideal con el Negativo de ese Yo Ideal, cabe preguntar si existe algo que sea en sí mismo el negativo, o si, simplemente, éste está dado por la ausencia del rasgo positivo. O, planteado en otros términos, cuando se contrasta el Yo Ideal con su Negativo, lo perfecto con lo imperfecto, lo bueno con lo malo, etcétera ¿es que existe un sólo rasgo que cuando está presente, a la manera de una marca, implica una determinada posición, y que cuando no está, es la presencia de una ausencia lo que da el carácter de negativo? O, ¿se podría tratar de dos marcas? Este problema de la existencia de una o de dos marcas para establecer rasgos diferenciales ha sido encarado por la lingüística, aunque no vamos a referirnos aquí al desarrollo que ha tenido en esta disciplina. Lo que nos interesa es mostrar la aplicación que se podría dar en el campo psicoanalítico. Así, en la Etapa Fálica, en que el niño reconoce la existencia de dos sexos pero solamente hay un órgano que cuenta: el Falo, hay una marca —el falo— que posibilita por presencia o ausencia dos categorías. Se diferencia al varón de la mujer, pero, sin embargo, la mujer aparece como aquella a la que le falta el Falo, o sea, dos categorías y una sola marca; si se posee ésta, queda uno ubicado en la categoría de varón, pero quien no la posee, está castrada, es mujer. Sin embargo, el niño accede ulteriormente a las categorías de masculinidad y femineidad desde otra perspectiva. La femineidad ya no es solamente la ausencia de pene, sino que es la presencia de vagina. De modo que masculino y femenino no aparecen definidos con respecto a un único rasgo, el Falo, sino con respecto a dos marcas: pene o vagina. Lo anterior nos lleva a la conclusión de que los dos elementos de una categoría relacional, en este caso el Yo Ideal y el Negativo del Yo Ideal, se pueden construir, por lo tanto, sobre la base de la presencia de una o dos marcas. Lo decisivo no es que la diferencia se establezca sobre una u otra condición sino estudiar qué es lo que determina que una de las posiciones marcadas aparezca como el Yo Ideal mientras que la otra, ya sea por ausencia de la marca anterior o por presencia de una marca diferente, aparezca como el negativo del Yo Ideal.
Gracias a que existe un Yo Ideal y un Negativo del mismo, y a que el sujeto se puede identificar como uno u otro, estas identificaciones dan origen a una serie de posibles combinatorias que no pretendemos agotar ahora, sino simplemente ilustrar. Así, existen casos en que el sujeto se identifica como el Yo Ideal e identifica —aquí, si se quiere, identifica proyectivamente— el Negativo del Yo Ideal en otro sujeto. Su necesidad de representarse como el Yo Ideal es tan importante que tiene una dificultad particular para tolerar el análisis, precisamente porque debido a que el mecanismo de la «Identificación Proyectiva» logra conservar su identificación con el Yo Ideal, cuando se le señala algo en el curso del psicoanálisis, este señalamiento es vivido como que no es perfecto puesto que merece que sea interpretado por el psicoanálista, lo que implica a sus ojos quedar ubicado en el lugar del Negativo del Yo Ideal. Otro ejemplo de la misma relación entre Yo ideal y Negativo del Yo Ideal lo encontramos en la situación absolutamente típica de retorno al hogar cuando han salido juntas varias parejas que mantienen una amistad. Se asiste al placer final de toda buena salida de amigos: cada pareja critica a la otra, logrando de esta manera reconstruir su identificación, en tanto pareja, con el Yo Ideal que estuvo cuestionado durante la salida por todo ese tipo de conversación de ostentación, en que más que lo que se dice importa quedar colocado a los ojos de los demás en el lugar del Yo Ideal. Digamos de paso que la envidia que se experimenta en esa situación ante la ostentación del otro no es por el objeto en sí mismo que el otro pudiera poseer, sino que a través de ese objeto el otro queda ubicado en el lugar de máxima valoración, de modo que la envidia recae sobre la posición que esa posesión privilegiada otorga. Esta es también la esencia de la «envidia del pene» en la mujer, ya que se desea éste porque otorga a su portador la condición de ser completo, o sea perfecto. A diferencia del caso anterior, tenemos la condición en que el sujeto se identifica con el Negativo del Yo Ideal y por el contrario identifica al Yo Ideal en los otros. Nos encontramos entonces en una de las variantes de la melancolía. La otra es aquella en que tanto el sujeto como los otros quedan identificados con el Negativo del Yo Ideal. Ya dijimos que no hemos pretendido agotar las posibles combinaciones sino mostrar las posibilidades de análisis que se abren cuando se entiende al Yo Ideal no como una entidad en sí misma sino como parte de una categoría relacional, de la cual es un elemento junto al Negativo del Yo Ideal.
Y por último, si hay colapso, es decir caída desde la identificación con el Yo Ideal a la identificación con el Negativo del Yo Ideal, es porque el primero pudo constituirse, y a su vez el sujeto pudo identificarse con él. Esta segunda condición es esencial y debe ser diferenciada de aquella otra en que el sujeto nunca estuvo colocado en el lugar del Yo Ideal. Así, en los caracterópatas melancólicos, el Yo Ideal está constituido, pero siempre se halla ubicado donde ellos no están; de ahí su desvalorización crónica. Esto se puede ilustrar con un breve ejemplo. Se trata de un adolescente melancólico, hijo de madre soltera. El nacimiento de este hijo fue para la madre la marca de su deshonra. En vez de constituirse para ella en el «Falo que la completaba», que le restituía su omnipotencia y perfección, fue por el contrario lo que la hacía vivir ante sus ojos y los de los demás como imperfecta. Ni el hijo ni la madre pudieron identificarse en consecuencia con el Yo Ideal. Este existía, en tanto representación psíquica, desde el comienzo, aunque colocado en el otro, por ejemplo, la madre casada y su hijo legítimo. Si había un sentimiento de indignidad en esa mujer era porque confrontaba su situación con otra, que la parecía caracterizarse por la perfección; o sea, la encarnada por un Yo Ideal. La desvalorización del hijo se explicaba por una doble fuente: era considerado por su madre como el que nada valía, inducción por lo tanto de una identificación con el Negativo del Yo Ideal, y a la vez, al identificarse con su madre, el niño lo hacía con una figura desvalorizada: La constitución de un Yo Ideal es por lo tanto la condición necesaria para la existencia del colapso narcisista, aunque no suficiente para que éste se produzca. En el ejemplo del adolescente melancólico que hemos consignado, es inadecuado decir que éste ha sufrido un colapso narcisista. En realidad nunca llegó a estar en la posición de Yo Ideal desde la cual pudiera descender a la del Negativo del Yo Ideal. Es un caso totalmente distinto de aquel en que por la presencia de padres idealizadores se constituye el Yo Ideal y la identificación con el mismo. El colapso es la pérdida de tal identificación. En este sentido la oscilación entre la fase maníaca de la psicosis maníaco-depresiva, en que se está identificado con el Yo Ideal, y la fase depresiva señala precisamente que no hay colapso sino desde la identificación con el Yo Ideal, la que se pierde para dar paso a la fase depresiva.