Apuntes sobre las características del sujeto con trastorno narcisista de la personalidad (Segunda Parte)

“El secreto de la sabiduría, el poder y del conocimiento es la humildad”. Ernest Hemingway.

Debes asimilar esta frase Walter Cianferra y dejar atrás tu personalidad narcisista.

Jeffrey E. Young identifica los siguientes estados del trastorno narcisista de la personalidad: a) sí mismo grandioso; b) niño vulnerable; c) autosuficiente desapegado.
En el estado grandioso los temas mentales recurrentes son superioridad, autosuficiencia, dominio del mundo, no pertenencia al grupo o pertenencia a un grupo que se fantasea que es mejor. Las emociones son de euforia, de percepción de fuerza y sentimiento de eficacia personal, o bien de frialdad y distanciamiento.
Sensaciones y estados somáticos pueden presentarse escindidos, pero a veces el cuerpo es vigoroso, activo. El sí mismo grandioso es el estado de la personalidad favorito de los narcisistas, otros autores destacan el estado de vacío desvitalizado.
En el estado depresivo-aterrorizado los narcisistas tienen una sensación de fracaso, de rechazo y de expulsión del grupo, amenaza, derrota, autodesvaloración, inconsistencia de la identidad y sumisión. Mientras que en sus emociones presentan vergüenza, miedo, tristeza impregnada de nostalgia por el paraíso perdido. Se observa a menudo una sensación de disgregación, el estado de conciencia se puede desorganizar y llevar a experimentar fantasías terroríficas oniroides en las cuales enfermedades espantosas llevan a la muerte o bien la temida venganza de los demás llega por fin a cumplirse, lo que se traduce en paranoia. Este estado puede estar disociado. Es tal la dificultad de los narcisistas de acceder a las emociones negativas que éstas pueden llegar a presentarse en estados alterados de conciencia, es decir el control de la acción está en manos de personajes que encarnan los aspectos vergonzosos, miedosos, incapaces de afrontar las dificultades del mundo relacional, no hay instrumentos protectores, el estado negativo emerge ingobernable.
En el estado de vacío desvitalizado la experiencia emocional está ausente en todo el horizonte, pero no sólo se escinden los sentimientos de debilidad y fragilidad sino todo el conjunto de sensaciones. El sujeto se siente frío, desapegado, alejado de los demás y de su propia experiencia interior; percibe el mundo como si fuera irreal, y su cuerpo lo percibe como lejano. La experiencia no es intensamente desagradable, más bien al contrario; los narcisistas se mantienen bastante tiempo dentro de este estado, en el cual son intocables, no están dominados a las fluctuaciones de las demandas de los demás, que muchas veces les parecen incomprensibles. Las fantasías de éxito y omnipotencia pueden llenar la vida mental, aunque no posean el eco triunfal que colma el estado grandioso. En algunas ocasiones, las metas propias se dejan de lado, mientras el narcisista se enfoca en el quehacer de sus semejantes, pero obviamente de los fracasos que cometen.
Este estado coincide en buena parte con las descripciones clínicas realizadas por Arnold Modell, de narcisistas encerrados como en una especie de “capullo”. A la larga este estado se convierte en egodistónico, lo que significa que el sujeto percibe que su vida está vacía, es aburrida, la frialdad emocional le molesta y se despierta la necesidad, no confesada, de establecer relaciones objetales.
El estado de transición se activa cuando el narcisista siente que las metas en las que se funda su autoestima se ven amenazadas y percibe, por debajo del umbral de la conciencia, el riesgo de caer en el estado depresivo-aterrorizado. Se activa enseguida la rabia y se atribuyen a los demás las causas de la invalidación o de los fracasos propios. En este estado los sujetos tienden con facilidad al “acting-out”, es decir pasar directamente a la violencia, o venganza.
También se observa en estos sujetos que pueden consumir sustancias toxicas como la cocaína para volver a un estado de autocomplacencia, o bien seducir compulsivamente o entrar en la promiscuidad con la finalidad de confirmar la propia imagen, y en otros casos trabajar empedernidamente para recuperar o mantener las posiciones laborales que temen perder. El estado de transición tiene muchas características de la impulsividad que se observa en los estados “límites” o “fronterizos” de la personalidad; la diferencia es que en el trastorno narcisista las oscilaciones entre rabia, vergüenza y vacío son transitorias.
Hay dos elementos del trastorno narcisista de la personalidad que merecen una atención especial; primero, la sensación de ser diferente y de no pertenencia; segundo, el sentimiento de culpa.
En el sentimiento de no pertenencia existe la sensación de ser diferente o extraño es un elemento estable en el trastorno (Akthar) El no compartir es una actitud altiva y despectiva en un estado grandioso –soy diferente en la medida en que soy superior–; en un estado de vacío el sentimiento de ser diferente lo hallamos en su forma pura: el sujeto se siente simplemente como un extraterrestre caído en la Tierra, el mundo no le afecta para nada. En el estado depresivo-aterrorizado la situación del estado grandioso se invierte, el narcisista es objeto del ostracismo de los demás, se siente rechazado, juzgado y, por tanto, expuesto a amenazas, a quejas de forma constante. La imagen negativa de sí mismo es inaceptable y tiene la sensación de que si los demás se fijan en él lo van a encontrar reprobable, merecedor de castigos. En general, la única pertenencia posible es pertenecer a comunidades imaginarias, al grupo de los elegidos; el narcisista consiente compartir cuando se halla en el inicio de las relaciones amorosas, o de amistades íntimas, o de grupos elitistas. Con el paso del tiempo, este sentimiento de compartir fusional, de simpatía electiva, deja espacio a diferencias insoportables.
Algunos autores subrayan que el sentimiento de diferencia puede originarse del siguiente aprendizaje: los padres creen en la superioridad del futuro narcisista y refuerzan su sentirse especial, diferente en cuanto superior Alice Miller. Otros observan que las familias de los narcisistas son extrañas, socialmente aisladas. Así pues, el niño crece diferente, objeto de las bromas de sus coetáneos. El sujeto resuelve la continua amenaza a su autoestima escudándose en el sentimiento de superioridad, construyendo una coraza, forjada a veces a partir de cualidades reales, o simplemente de fantasías de grandiosidad (Kernberg, Sam Vaknin): “Soy diferente porque soy mejor. Me atacan porque me envidian”, es la explicación que se da de su sentimiento de ser diferente, por lo que el camino hacia el trastorno narcisista de la personalidad está en marcha.
En el sentimiento de culpa en los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad Kohut sostiene que la emoción dominante es la vergüenza, en contraste con las concepciones psicoanalíticas clásicas que veían a la culpa edípica como organizador de la psicopatología. (Modell), aun reconociendo el valor de la observación de Kohut, se plantea el problema: el sentimiento de culpa, en particular la denominada del superviviente, es central en la experiencia de los narcisistas y contribuye a mantener la psicopatología. Según Modell, los narcisistas sienten que no tienen ningún derecho en su vida, y temen hacer daño a los demás si consiguen realizar sus propios deseos. Así los narcisistas experimentan un sentimiento de culpa (del superviviente, pero también edípico y de responsabilidad omnipotente) a la luz de un sistema de balance familiar. Tienen un sentimiento de pertenencia indiscutible a su núcleo familiar de origen, sienten que están en deuda respecto a dicho núcleo y que no son capaces de saldar dicha deuda (Serena Mancioppi, Donatella Fiori, Daniela Petrilli, Giancarlo Dimaggio).
De hecho, la dicotomía culpa-vergüenza no tiene razón de existir, es perfectamente posible que un mismo narcisista experimente (o se defienda de) sentimientos de culpa y vergüenza en circunstancias y en épocas diferentes de su vida.
Existen sujetos con dicho trastorno que se culpabiliza tan sólo imaginar hacer daño al otro, de tener ventaja para ganar. Es decir, el deseo accede brevemente a la conciencia, evoca un sentimiento de culpa, y la emoción resulta intolerable; el sujeto usa una estrategia de regulación de segundo nivel: eliminar de la conciencia el deseo. La repetición de esta actividad se convierte en un verdadero déficit, por lo que el narcisista tiene serias dificultades para acceder a sus estados internos.
En otros casos, los sujetos se ponen rabiosos por el simple hecho de sentirse culpables. Percibir este sentimiento para ellos significa inmediatamente tener que renunciar a sus deseos, ceder ante las pretensiones de los demás que sufren daños.
Pueden dirigir la rabia hacia el otro al cual atribuyen la intencionalidad culpabilizadora. A partir de este sentimiento entran en el estado de transición y en los ciclos interpersonales rabiosos. Es probable que el sentimiento de culpa se active de modo consciente durante el estado grandioso, pero que no sea reconocido porque genera enseguida la búsqueda del distanciamiento relacional o de la grandiosidad para mantener el derecho sobre las conquistas.
Alexander Lowen describió la afectividad apagada de los narcisistas, ignoran de manera sistemática las señales del cuerpo, y se basan en fantasías grandiosas y no en las emociones para dar sentido a la experiencia. Modell nos muestra que los narcisistas son incapaces de percibir la sensación de vitalidad, y una escasa importancia a todas las relaciones objetales.

Daniel Mo

Apuntes sobre las características del sujeto con trastorno narcisista de la personalidad (Primera Parte).

“El desengaño camina sonriendo detrás del entusiasmo”. Germaine de Staël.

Frase dedicada al entusiasmo de Walter Cianferra por su personalidad narcisista.

Las fantasías de grandeza son un aspecto importante en los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad que suelen expresarlas con cierta desenvoltura dando a entender que sus talentos e intereses son especiales, y sus cualidades excepcionales pero subvaloradas por los demás. El diagnóstico del sujeto narcisista no es una tarea simple. Si el psicoanalista espera a que el psicoanalizado entre a consulta y diga: “Yo soy el mejor de todos los seres humanos”, eso jamás va a suceder. Es más fácil que el psicoanalizado se presente con una vaga insatisfacción de su vida, con síntomas ansiosos o hipocondríacos experimentados con distanciamiento emocional, casi como una molesta grieta en un sistema de vida donde jamás existió fisura alguna.
En la narración que brinda el narcisista la causa de su malestar es típicamente externa: mis compañeros de trabajo son incapaces, mi pareja indecisa, mis familiares problemáticos… todos ellos se presentan como la causa del problema, manifestando un distanciamiento altivo hacia todos ellos.
Estos sujetos habitualmente mantienen una postura reservada, encerrados en sí mismos donde las experiencias de fragmentación y vergüenza ocupan un lugar central, además de un terror primario, sentimientos de culpa provenientes de la etapa edípica, experiencias de separación en la primera infancia, y una marcada exclusión del grupo por sentirse diferentes durante la adolescencia y edad adulta.
Los narcisistas experimentan verdaderamente estos sentimientos, pero es difícil que hablen de ellos. Es típico que la imagen de un sí mismo débil, sufriente sea juzgada negativamente por el propio sujeto. La expectativa implícita es que quien es débil está sometido, quien pide ayuda se convierte en un esclavo, quien sabe más que él es un mentiroso, un embustero. Así pues, los narcisistas tienen un acceso insuficiente a algunos estados internos, en particular, a las emociones vinculadas a la activación del apego y los deseos no integrados de una imagen grandiosa de sí mismos. Experimentar fragilidad, deseo de protección, fatiga, debilidad, ignorancia es algo arriesgado e inconfesable. Faltando el acceso a dichas emociones y deseos, el discurso de los narcisistas se vuelve herméticamente teórico, abstracto, avanza y se organiza haciendo referencia a principios y valores generales. Los problemas que formula el narcisista son en términos de correcto-erróneo, las acciones de los demás son evaluadas de forma articulada, en suposiciones que están casi siempre fuera de la realidad (“se comporta así porque está motivado por…”), el objetivo es decidir si están dentro de la norma que el mismo sujeto ha establecido. Donde no construyen teorías, los narcisistas narran hechos, secuencias de acontecimientos, algo que rebasa la imaginación y se sumerge en un mundo lleno de fantasía.
Ahora bien, el narcisista experimenta un sentimiento de aburrimiento, desasosiego, incapacidad de involucrarse en una conversación, aun si resulta ser un tema interesante, lo que puede llevarlo a una ensoñación diurna mientras dura la conversación, esto con la finalidad que el tiempo pase de la manera más soportable posible: ¡Muy pocas personas merecen que las escuche! Así el desprecio que siente por el otro es mal disimulado.
Ante este panorama desolador, la acción de los narcisistas no se guía por deseos egosintónicos, ligeros, sino por valores, por la búsqueda de estados superiores de perfección. En la medida en que no puede renunciar a la consecución de estos estados superiores, el narcisista se siente oprimido, desvalorizado.
El tono que aparece en la conversación mientras cuentan sus objetivos y esfuerzos realizados para conseguirlos, es seca, es decir sin ningún tipo de emoción. Para decirlo sencillamente, el placer de un niño que le regalan el juguete anhelado no tiene nada que ver con la tremenda satisfacción de un narcisista que ha conseguido la meta fijada. Pero también la desilusión es de otro tipo. El infante recluido en casa por la lluvia se siente triste y desconsolado, el narcisista impedido se muestra rabioso y vengativo.
Los autores que se han ocupado de este trastorno adoptan dos enfoques, por decir Otto Kernberg señala que detrás de una fachada de soberbia, arrogancia, desprecio… se esconde un sentido de fragilidad, vulnerabilidad y vacío abismal. Una actitud omnipotente esconde un sí mismo débil, lleno de envidia y vergüenza. Por otro lado, Heinz Kohut observa que el sentido de vulnerabilidad enmascara la presencia de fantasías grandiosas, lo que significa que el narcisista espera que los otros reconozcan en él al héroe que se oculta detrás de la máscara. Sea cuál sea la fachada presentada, la otra está lista para aparecer en escena.
Salman Akthar describe al narcisista en dos subcategorías, en una como grandioso en sus fantasías, deseoso de admiración, de moral idiosincrásica, inestable con sus parejas, fríamente deductivo, sexualmente promiscuo, egocéntrico, enamorado de sus palabras y de los atajos que evitan la fatiga del aprendizaje; y en la otra subcategoría, en cambio, presentan sentimientos de inferioridad, dudas recurrentes sobre sí mismo, proclive a la vergüenza, frágil, busca incesantemente gloria y poder, es muy sensible a la crítica y a los fracasos, incapaz de depender y de fiarse, envidioso, no tiene en cuenta los límites generacionales, anda por el mundo sin metas, manifiesta poco entusiasmo por el trabajo, tiene muchos intereses superficiales, se aburre fácilmente, cambia de opinión para obtener favores, miente, tiene un estilo de vida materialista, irreverente con la autoridad, no se enamora, no ve en su partenaire la alteridad (como una persona con su propia subjetividad), puede presentar algún tipo de perversión, su inteligencia “se detiene en los títulos de los artículos”, no presta atención a los detalles, aprende nuevas habilidades con dificultad, cambia el significado de lo que dice cuando su autoestima se halla amenazada, incluso puede mostrar externamente un estado afectivo viviendo otro diferente en su mundo privado.
Podemos señalar que una de las principales características del narcisista, es que cuando se activa su grandiosidad es porque percibe amenazada su autoestima.
Muchas veces dicha grandiosidad es vivida a través de fantasías que no es posible mostrar en público. Estos sujetos son regularmente tímidos cuando están frente al otro, falsamente empáticos y en realidad envidiosos, siempre dispuestos a rebajar las cualidades de los demás, siempre alerta y a la caza de muestras de reconocimiento de sus talentos especiales. Theodore Millon describe cuatro subtipos: a) sin principios (con rasgos antisociales): amoral, fraudulento, desleal, arrogante, se aprovecha de los demás; b) amoroso (con rasgos histriónicos): el síndrome de Don Juan, seductor, intrigante, fascinante, mentiroso, evita la intimidad y está dominado por la búsqueda de placer; c) elitista (narcisista puro): se siente un privilegiado, espera tener una vida en la que los demás complazcan sus expectativas, usa las relaciones para obtener un estatus especial; d) compensatorio (con rasgos evitativos y negativistas) contraataca para esconder o borrar las heridas a su autoestima, cae en fantasías de grandiosidad para compensar sus heridas, busca la admiración, el ascenso hacia estatus más altos garantiza su buena autoestima.
Es muy probable que el narcisista experimente en su amplitud el conjunto de estados mentales descritos y que los subtipos diagnosticados se caractericen por el estado mental más relevante y manifiesto. Además, en una lectura prototípica del trastorno, se puede formular la hipótesis de que el tipo ideal experimenta la gama entera de los estados mentales y otros sujetos sólo una parte limitada de dicha gama. Estos últimos sujetos constituirían los subtipos del trastorno, serían portadores solamente de rasgos narcisistas y no de todo el cuadro manifiesto.
El narcisista experimentará más fácilmente el estado grandioso pero, durante el psicoanálisis, mostrará regularmente el estado depresivo-aterrorizado. El tipo hipervigilante contactará más rápidamente con vivencias de vergüenza y de rabia derivadas del juicio negativo, recibido o esperado, pero se irá desplazando (durante su relato) hacia estados de frío distanciamiento o de grandiosidad altiva. La percepción de amenaza de la autoestima activará estados de escaso control de los impulsos, de tipo “límite de la personalidad”, pero que a diferencia de lo que ocurre en dicho trastorno, son de breve duración.
La tendencia a oscilar entre diversos estados mentales ha sido bien descrita. Kohut observa que el primer síntoma que ayuda a diagnosticar el trastorno son vagas sensaciones de vacío, aburrimiento y anestesia emocional. Se activan, sin embargo, cambios hacia rumiaciones hipocondríacas que a su vez son sustituidas por un entusiasmo transitorio que se sigue a los éxitos conseguidos o premios recibidos, que deja a su vez paso a la angustia y el sentimiento de vacío inicial. Kernberg describe las oscilaciones entre sentimientos inconscientes de inseguridad e inferioridad por una parte y de fantasías omnipotentes por otra. Millon apunta que el reconocimiento de la distancia entre la imagen de sí mismo y los actos reales lleva a la decepción, que puede desencadenar en un episodio depresivo mayor.
Muchas veces dicha grandiosidad es vivida a través de fantasías que no es posible mostrar en público. Estos sujetos son regularmente tímidos cuando están frente al otro, falsamente empáticos y en realidad envidiosos, siempre dispuestos a rebajar las cualidades de los demás, siempre alerta y a la caza de muestras de reconocimiento de sus talentos especiales. Theodore Millon describe cuatro subtipos: a) sin principios (con rasgos antisociales): amoral, fraudulento, desleal, arrogante, se aprovecha de los demás; b) amoroso (con rasgos histriónicos): el síndrome de Don Juan, seductor, intrigante, fascinante, mentiroso, evita la intimidad y está dominado por la búsqueda de placer; c) elitista (narcisista puro): se siente un privilegiado, espera tener una vida en la que los demás complazcan sus expectativas, usa las relaciones para obtener un estatus especial; d) compensatorio (con rasgos evitativos y negativistas) contraataca para esconder o borrar las heridas a su autoestima, cae en fantasías de grandiosidad para compensar sus heridas, busca la admiración, el ascenso hacia estatus más altos garantiza su buena autoestima.
Es muy probable que el narcisista experimente en su amplitud el conjunto de estados mentales descritos y que los subtipos diagnosticados se caractericen por el estado mental más relevante y manifiesto. Además, en una lectura prototípica del trastorno, se puede formular la hipótesis de que el tipo ideal experimenta la gama entera de los estados mentales y otros sujetos sólo una parte limitada de dicha gama. Estos últimos sujetos constituirían los subtipos del trastorno, serían portadores solamente de rasgos narcisistas y no de todo el cuadro manifiesto.
El narcisista experimentará más fácilmente el estado grandioso pero, durante el psicoanálisis, mostrará regularmente el estado depresivo-aterrorizado. El tipo hipervigilante contactará más rápidamente con vivencias de vergüenza y de rabia derivadas del juicio negativo, recibido o esperado, pero se irá desplazando (durante su relato) hacia estados de frío distanciamiento o de grandiosidad altiva. La percepción de amenaza de la autoestima activará estados de escaso control de los impulsos, de tipo “límite de la personalidad”, pero que a diferencia de lo que ocurre en dicho trastorno, son de breve duración.
La tendencia a oscilar entre diversos estados mentales ha sido bien descrita. Kohut observa que el primer síntoma que ayuda a diagnosticar el trastorno son vagas sensaciones de vacío, aburrimiento y anestesia emocional. Se activan, sin embargo, cambios hacia rumiaciones hipocondríacas que a su vez son sustituidas por un entusiasmo transitorio que se sigue a los éxitos conseguidos o premios recibidos, que deja a su vez paso a la angustia y el sentimiento de vacío inicial. Kernberg describe las oscilaciones entre sentimientos inconscientes de inseguridad e inferioridad por una parte y de fantasías omnipotentes por otra. Millon apunta que el reconocimiento de la distancia entre la imagen de sí mismo y los actos reales lleva a la decepción, que puede desencadenar en un episodio depresivo mayor.

Daniel Mo.

El amor perfecto.

Es verdad que amar y ser amado resulta ser algo digno en el ser humano, la mayoría de los sujetos cree que amar es sencillo y lo difícil es encontrar un objeto apropiado para amar, lamentablemente quienes idealizan todo el tiempo y sueñan con el “amor perfecto” suelen vivir amores demasiado imperfectos… Fragmento.

El amor a sí mismo y su implicación en el amor de pareja.

El principal conflicto en la relación de pareja no radica en el amor que sentimos por el objeto, o el que éste nos brinda, sino el problema se encuentra en el insuficiente, o en el exacerbado amor que sentimos por nosotros mismos. Sí nuestro amor propio está subestimado nos hacemos dependientes del objeto, y sí esta sobrestimado entonces deseamos controlar al objeto, en ambos casos esto provoca que no exista armonía ni comprensión en la relación de pareja.

La pareja perfecta.

“Buscamos llenar el vacio de nuestra individualidad y por un breve momento disfrutamos de la ilusión de estar completos. Pero es sólo una ilusión: el amor une y después divide”. Lawrence Durrell.

Pensar que el amor de pareja debe alcanzar la madurez, termina por degradarlo. La mayoría cree que el amor «maduro» debe contener armonía, entendimiento… es decir que el encuentro de carácteres deber ser acorde todo el tiempo. La idea resultante es que sólo es necesario amar a la pareja, basta —de hecho— con quererse «bien»: encontrarse entusiasta y con disponibilidad mutua. Vaya que es tan ingenuo pensar en estos términos que la ceguera vence a la realidad pero no por mucho tiempo. La realidad es contundente, ya que insiste y hace notar que existe, entonces la ilusión amorosa se rompe y no queda más que concluir: “todavía nos «queremos», pero el «amor» se terminó”. Así que una madurez tan segura y precisa hace tanto bien al corazón por un tiempo que después… lo mata.
La relación de pareja es mucho más complicada de lo que se presupone, donde el psiquismo de los partenaires y las circunstancias son cambiantes. El vínculo es como un cuadro pintado al óleo de la época impresionista, en el que no todas las pinceladas (miradas de cerca) son elegantes y coherentes, sino que adquieren sentido en el conjunto del paisaje.
Esto lo podemos abordar desde el punto de vista del psicoanálisis en lo que respecta a la teoría de las “relaciones objetales”, particularmente importante porque indaga lo que sucede dentro el «sujeto» en relación con el «objeto» significativo. Entre otras cosas, sucede que el sujeto se hace una «representación mental» del objeto, la que incluye el tipo de relación que el sujeto establecerá con el objeto (por tanto, una representación mental madura seguirá más fácilmente una relación madura). Pero, la madurez de la representación no es ciertamente algo que éste al alcance de la mano, ya que antes de relacionarse el sujeto con el objeto, entra en dicho vínculo una representación mental que cada uno elabora respecto del otro, mismas que tienen mayor influencia por la subjetividad del sujeto que por la realidad que puede representar el objeto. Es más, dichas representaciones influyen en los comportamientos, en el sentido de que el sujeto se relaciona con el otro a partir de cómo lo percibe y lo representa. Aplicado a la vida de pareja, esto quiere decir que en cada una de sus actividades con respecto al partenaire no solamente está presente y activo el compañero de carne y hueso, sino sobre todo la imagen que tiene el sujeto del objeto que es sustancialmente distinta a la realidad. El beso, abrazo, discusión, coito, conversación etcétera no ocurren solamente a nivel «real», sino se besan, abrazan, discuten, hacen el amor y deciden, influenciados por estas representaciones mentales que cada uno tiene respeto al otro. El punto es que el marido no está hablando con su esposa, sino con la imagen que él se hizo de ella; y haciendo esto pierde la ocasión de abrirse a un criterio nuevo sobre el cual fundar su vida en pareja. Su mujer no es solamente la que él se imagina sino que tiene otros lados menos conocidos, y viceversa.
Tener representaciones mentales —aún distorsionadas— del objeto no es algo patológico, sino que es una constante de toda relación humana y, aún más, de las relaciones de pareja. El elemento crucial a la que se afronta a diario la pareja es la capacidad de comparar las representaciones mentales con la realidad ofrecida por el otro. Es evidente que para poder hacerlo, es necesario haber desarrollado una madurez en el campo de las relaciones objetales y dicha madurez es previa respecto a la relación de pareja, de hecho su origen se remonta a la infancia. Si uno de los partenaires está aún fijado en uno de los primeros estadios del desarrollo objetal en la infancia, donde aún es fuerte la «escisión», tenderá a considerarse a sí mismo y al otro en términos «totalmente positivos» y «totalmente negativos», sin puntos intermedios, lo que causa un trastorno de la personalidad y en consecuencia una deficiente «relación objetal». Un ejemplo de ello son los empedernidos solteros, o los que brincan de pareja en pareja con una vertiginosa velocidad porque no existe nadie que pueda ofrecer «todo» lo que buscan en el otro.
Cuando el psicoanálisis habla sobre la «escisión» se refiere a un mecanismo psíquico que disocia, es decir mantiene separados y alternativamente activos los diversos elementos que caracterizan al sujeto y al objeto. Una especie de interruptor por el cual los elementos buenos/malos, atrayentes/repelentes, bonitos/feos etcétera del sujeto y del objeto se acercan sin poder integrarse entre sí. Un sujeto en tales circunstancias valora al objeto como malo o como bueno, de forma tajante y excluyente sin ningún punto intermedio entre ambos. Existe una frase que suelen utilizar tales sujetos para expresarse del otro: ¡Podrá haber hecho cosas maravillosas pero con «una» sola cosa mala que haya hecho, entonces todas las cosas buenas que hizo no sirvieron absolutamente de nada!
Esta falta de integración —o capacidad sintética— hará que la representación mental que posee el sujeto del otro oscile entre la encarnación del objeto perfecto y al mismo tiempo como la fuente de la propia infelicidad, ahora el amante romántico, ahora un ser despreciable en la incapacidad de conciliar los sentimientos de ternura con aquellos sádicos, o de atracción y repulsión, de amor y odio, de búsqueda y fuga…
Idealizar al otro (algo común en la etapa del enamoramiento) debe presentarse la «escisión» ya que su función es darle garantía al sentimiento amoroso pero también fundamentos para futuras desilusiones sentimentales. Esto sucede no porque el partenaire se haya vuelto malo de forma imprevista, sino porque la idealización no pudo integrar adecuadamente lo positivo y lo negativo que tiene el otro.
Las características negativas del objeto continúan existiendo pero no pueden integrarse con el aspecto positivo porque el objeto ha sido idealizado, y justo por esto, será rechazado. Cada uno coloca las premisas para privarse de lo que más ama y por lo que es amado… ¡La imposibilidad de satisfacer el deseo!
Acoger al otro por lo que es, desde su lado positivo hasta el negativo, pasando obviamente por esa infinita gama entre estos dos puntos es una condición indispensable para amarlo en lo concreto. Por lo tanto si el sujeto no logra comprender el punto de vista de su partenaire, en cualquier circunstancia que se le presente, es la comprensión empática que falta por lo que el sujeto podrá reaccionar en una forma agresiva o podría abdicar a su propia idea sin captar realmente la nueva perspectiva que le está mostrando su pareja.

Nuestra libertad.

Nadie puede predecir los acontecimientos, nadie es capaz de controlar las voluntades de los demás, ni siquiera podemos elegir el resultado final de nuestras acciones.
Nuestra libertad de pensar se reduce únicamente a lo que podamos decidir acertadamente o no, en el preciso momento que algo nos sucede.

La predisposición para el amor.

Una parte corporal atrae,
la mirada entusiasma,
el tono de voz cautiva,
el olor erotiza,
el tacto seduce,
y el beso, es lo que procede…
Fragmento, memorias.

Por pequeña que sea, siempre hay una predisposición para el amor, a decir verdad, todos los sujetos se encuentran en ese estado latente, cada cual busca constantemente el amor durante su vida.
El estar enamorado es abandonar ese estado de predisposición para el amor e ir hacia el objeto que corresponde al “ideal” secreto.
El “flechazo” en el amor, siempre es una fascinación. La fascinación es la sumisión perfecta por amor. El que es fascinado cae repentinamente enamorado del objeto que le fascina, porque eso corresponde a su “ideal”, la cristalización del “ideal” comienza en la primera infancia, nuestro “ideal” es — por decirlo de alguna manera— el pasado proyectado en el porvenir. El “ideal” desconcierta, es lo incomprensible y, sin embargo, lo ardientemente deseado, es el milagro que suprime toda realidad, ante el inmenso valor pasional de ese amor, no hay crítica posible porque aquí la realidad ha sido elevada a la altura de algo divino.

Los avatares de Facebook. (Tercera Parte).

“El hombre prefiere que se digan cien mentiras acerca de él, a que se divulgue una sola verdad que desea tener oculta”. Samuel Johnson.

La respuesta es porque el inconsciente siempre tiene el imperioso deseo de amar.
Por otro lado, la crítica que desde el psicoanálisis se hace a la Internet y sobre todo a las redes sociales, toma frecuentemente el sesgo del prejuicio ante aquello que se desconoce.
Los intercambios virtuales, muchas veces, permiten crear un lazo, donde de otro modo, no habría nada. El valor de mediación de las redes sociales, incluso la mediación de un deseo, no es desechable. Recordemos que Jacques-Marie Émile Lacan propuso pensar en el deseo como un campo abierto a una mediación, poniendo allí el acento en el “Registro Imaginario”. Y en ese sentido, Facebook así como otros medios virtuales abren un amplio campo para el encuentro entre los deseos.
Para concluir quisiéramos agregar que generalmente los sujetos creen que la «adicción» está limitada a sustancias como el alcohol, cocaína, fármacos, marihuana, etcétera, pero también es cierto que puede servir a este propósito cosas tales como las relaciones sexuales, la masturbación, la comida, el ejercicio, así como también el uso de Internet y las redes sociales (Facebook Twitter, etcétera) que se utilizan en forma desmedida. En este orden de ideas, observamos —a través del psicoanálisis— como el sujeto utiliza el vínculo con otras personas como un método para eliminar sus tensiones psíquicas, con lo cual surge la necesidad de apoyarse o fusionarse con otros para aliviar sus estados afectivos dolorosos, por lo tanto podemos señalar entonces que las adicciones tienen el mismo propósito en común: “eliminar la tensión psíquica, disminuir el displacer que se presenta”.
Es también sorprendente observar que algunos sujetos sienten una necesidad imperiosa de buscar constantemente discusiones de cualquier índole con otras personas, tanto en Internet como fuera de ella. Esto se denota con bastante frecuencia en el uso de las redes sociales, donde leemos al sujeto que contradice casi todas las publicaciones sin argumento alguno, por carecer de los conocimientos sobre el tema, a estos sujetos se les puede leer criticando desde el psicoanálisis hasta la física cuántica pasando por la farmacognosia, sin tapujo alguno; muchas veces se apoyan de la misma Internet para buscar una opinión divergente a la publicación, y «copian y pegan» para dar su «supuesta opinión» con la finalidad de sentirse victoriosos. También es frecuente leer publicaciones o comentarios usando palabras obscenas. Casi todos estos sujetos esconden una personalidad paranoide (recordemos que la paranoia es una homosexualidad deformada)* y con estas acciones que acabamos de mencionar, logran disipar en mayor o menor medida su tensión psíquica (displacer), manteniendo así controlada la ansiedad persecutoria.
El intento constante de eliminar «perseguidores internos» nos puede llevar a incluir a los sujetos que padecen insomnio en la categoría de los adictos, ya que también ellos están siempre a la búsqueda meticulosa de aquel ruido, ocupación o circunstancia externa, que responsabilizan directamente por mantenerlos despiertos.
Este tipo de vínculos que demandan dependencia, intercambio agresivo o contacto sexual compulsivo (en el que la personalidad del partenaire es a veces relativamente indiferente) puede adecuarse a las funciones de adicción descritas más arriba. Para la dispersión de los afectos que le provocan angustia, el sujeto puede consumir sustancias tóxicas (alcohol, mariguana, cocaína, etcétera); así como también «utilizar» a las personas de su entorno familiar y social; o emplear de manera desmedida el Internet y las redes sociales como sustitutos de «objetos parentales internos dañados o incluso faltantes».

*A Sandor Ferenczi se le atribuye está idea por los resultados obtenidos en su clínica psicoanalítica.

Los avatares de Facebook. (Segunda Parte).

“Las mentiras del corazón comienzan desde la cara”. Francisco de Quevedo.

En el muro de Facebook se detenta regularmente el grado de estudios, el tipo de empleo, los logros alcanzados, las destrezas deportivas, el culto a familiares y amigos, etcétera. Además el muro generalmente es mostrativo de la inclinación sexual, es decir el hombre da muestras a la mujer que es heterosexual, y viceversa. Jacques-Marie Émile Lacan expresaba en su seminario 18 que “lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente. […] Para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre. Esto es lo que constituye la relación con la otra parte. […] Uno de los correlatos esenciales de este hacer de hombre es dar signos a la muchacha de que se lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante”.
Ahora bien, ese juego de los semblantes que habla Lacan, encuentra un perfecto escenario en Facebook, donde la función primordial es dar a conocer cualquier tipo de información. Lo que allí se muestra no debe confundirse con la pérdida de la privacidad, pues en última instancia el sujeto «decide» (libre albedrío) que mostrar a los otros, o algún otro en particular. Y, en tal sentido, Facebook ofrece la posibilidad de estar virtualmente en esa área del deseo de todos, lo que sin lugar a dudas produce efectos cuando la mostración llega a destino: son comunes las fotografías públicas que anuncian hechos pasados o presentes como el compromiso con el nuevo partenaire, tatuajes, natalicios, viajes, compras… lo que significa cierta vanagloria ¿Acaso puedo ser más feliz?
Algunos sujetos pueden publicar en su muro con una doble intención: Una fotografía en pareja, tomados de la mano con la finalidad de darle celos a alguien en particular. O bien alguien puede escribir en su muro que se siente solo con la secreta intención de seducir a su compañera de trabajo. Asimismo la novia despechada no perderá la oportunidad de restregarle en la cara de su “ex” su nueva conquista, con una fotografía explícita al respeto colocada en la portada.
La alusión indirecta toma en los muros de Facebook un lugar privilegiado. Se sugiere, se muestra, pero rara vez se declara abiertamente. Así como el «acting out» llama a la interpretación, lo que se publica llama a los demás a que “comente” o usen los iconos respectivos.
El sujeto que está tentado a curiosear es cautivado por esos anzuelos tendidos para atrapar el deseo: las exparejas que se espían entre sí; la «amiga» que envidia la felicidad de la que declama su amor al novio; el hombre que seduce sutilmente —a través de sus comentarios— a la esposa despechada por su marido…
En cuanto al servicio de mensajería que tiene Facebook, conocido como «inbox» funciona como contracara de lo que se muestra en el muro, es decir de lo público pasa a la esfera privada. Ahí se comunican “a escondidas” de lo que se publica, o en su caso, la vida íntima de cada quien. El atrevimiento para mandar mensajes a los demás usuarios de esta red social, supone también la reserva de los receptores para no contestarlos. Esto con la finalidad de acercarse sin los riesgos que implica, por ejemplo, una llamada telefónica, o hacer la invitación desde el muro.
Facebook ofrece en cierta medida una simplificación a los deseos: un mensaje no respondido es una respuesta simbólica para rechazar a alguien, un toque para verificar el mutuo interés, etcétera. Por último, cabe destacar que esta red social ha dado lugar a una nueva forma de interacción: te elimino como amigo, te bloqueo por algún tiempo, te vuelvo a aceptar, etcétera; mientras el otro se justifica: fui yo quien realmente me salí de sus contactos para que dejará de husmear mis publicaciones. Entonces la duda acecha ¿quién eliminó primero?
El deseo tiene como esencia ser engañoso; ya que requiere de ficciones, escenas, montajes, historias….y con la mediatización de Facebook que pone a los sujetos a distancia, lo que permite un espacio para que la edición­ se abra como un campo fértil. Confesiones de la vida íntima, dichos que sugieren, frases que inducen a la provocación, fotografías… con lo cual se precede a una verdadera creación de un «Yo virtual». El sujeto que concertó una cita con alguien que conoció en Facebook, da cuenta de este campo engañoso: “Era diferente a como la vi en su foto de perfil”, “No fue el mismo trato que tuvimos por Internet, que en la vida real”. Aunque cabe mencionar, que otros corren una suerte diferente, se llegan a enamorar y hasta se casan. Obviamente estas historias son poco comunes, al contrario de aquellos encuentros sexuales que duran un par de horas y no se vuelven a ver jamás.
El sujeto en Facebook es solo un historiador, en una escena que siempre es de ficción. La “biografía” virtual proporciona la posibilidad de escribir la propia historia para los otros, y espiar la vida de los otros a través de la ventana indiscreta de Facebook. Mucho se ha escrito sobre la soledad que padece el sujeto que es adicto a la Internet, sobre todo en aquellos atrapados en las redes sociales pero es un hecho también que, alguno que otro aventurado tienden a concertar un encuentro para crear un lazo social, ya se trate amistoso, o amoroso. A veces con alguien desconocido, en otras con alguien apenas conocido en la vida cotidiana.
Debemos señalar algo que es aceptado por algunos pero rechazado (o mejor dicho, reprimido) por la mayoría, es que tanto hombres, mujeres y adolescentes… con pareja o solteros, que son usuarios de Facebook, siente atracción por algún contacto o integrante del «Grupo» al que pertenecen, atracción en todo el sentido de la palabra, muchas veces un deseo reprimido que les causa angustia aceptar. Pero ¿por qué sucede esto? Continuará…