“El secreto de la sabiduría, el poder y del conocimiento es la humildad”. Ernest Hemingway.
Debes asimilar esta frase Walter Cianferra y dejar atrás tu personalidad narcisista.
Jeffrey E. Young identifica los siguientes estados del trastorno narcisista de la personalidad: a) sí mismo grandioso; b) niño vulnerable; c) autosuficiente desapegado.
En el estado grandioso los temas mentales recurrentes son superioridad, autosuficiencia, dominio del mundo, no pertenencia al grupo o pertenencia a un grupo que se fantasea que es mejor. Las emociones son de euforia, de percepción de fuerza y sentimiento de eficacia personal, o bien de frialdad y distanciamiento.
Sensaciones y estados somáticos pueden presentarse escindidos, pero a veces el cuerpo es vigoroso, activo. El sí mismo grandioso es el estado de la personalidad favorito de los narcisistas, otros autores destacan el estado de vacío desvitalizado.
En el estado depresivo-aterrorizado los narcisistas tienen una sensación de fracaso, de rechazo y de expulsión del grupo, amenaza, derrota, autodesvaloración, inconsistencia de la identidad y sumisión. Mientras que en sus emociones presentan vergüenza, miedo, tristeza impregnada de nostalgia por el paraíso perdido. Se observa a menudo una sensación de disgregación, el estado de conciencia se puede desorganizar y llevar a experimentar fantasías terroríficas oniroides en las cuales enfermedades espantosas llevan a la muerte o bien la temida venganza de los demás llega por fin a cumplirse, lo que se traduce en paranoia. Este estado puede estar disociado. Es tal la dificultad de los narcisistas de acceder a las emociones negativas que éstas pueden llegar a presentarse en estados alterados de conciencia, es decir el control de la acción está en manos de personajes que encarnan los aspectos vergonzosos, miedosos, incapaces de afrontar las dificultades del mundo relacional, no hay instrumentos protectores, el estado negativo emerge ingobernable.
En el estado de vacío desvitalizado la experiencia emocional está ausente en todo el horizonte, pero no sólo se escinden los sentimientos de debilidad y fragilidad sino todo el conjunto de sensaciones. El sujeto se siente frío, desapegado, alejado de los demás y de su propia experiencia interior; percibe el mundo como si fuera irreal, y su cuerpo lo percibe como lejano. La experiencia no es intensamente desagradable, más bien al contrario; los narcisistas se mantienen bastante tiempo dentro de este estado, en el cual son intocables, no están dominados a las fluctuaciones de las demandas de los demás, que muchas veces les parecen incomprensibles. Las fantasías de éxito y omnipotencia pueden llenar la vida mental, aunque no posean el eco triunfal que colma el estado grandioso. En algunas ocasiones, las metas propias se dejan de lado, mientras el narcisista se enfoca en el quehacer de sus semejantes, pero obviamente de los fracasos que cometen.
Este estado coincide en buena parte con las descripciones clínicas realizadas por Arnold Modell, de narcisistas encerrados como en una especie de “capullo”. A la larga este estado se convierte en egodistónico, lo que significa que el sujeto percibe que su vida está vacía, es aburrida, la frialdad emocional le molesta y se despierta la necesidad, no confesada, de establecer relaciones objetales.
El estado de transición se activa cuando el narcisista siente que las metas en las que se funda su autoestima se ven amenazadas y percibe, por debajo del umbral de la conciencia, el riesgo de caer en el estado depresivo-aterrorizado. Se activa enseguida la rabia y se atribuyen a los demás las causas de la invalidación o de los fracasos propios. En este estado los sujetos tienden con facilidad al “acting-out”, es decir pasar directamente a la violencia, o venganza.
También se observa en estos sujetos que pueden consumir sustancias toxicas como la cocaína para volver a un estado de autocomplacencia, o bien seducir compulsivamente o entrar en la promiscuidad con la finalidad de confirmar la propia imagen, y en otros casos trabajar empedernidamente para recuperar o mantener las posiciones laborales que temen perder. El estado de transición tiene muchas características de la impulsividad que se observa en los estados “límites” o “fronterizos” de la personalidad; la diferencia es que en el trastorno narcisista las oscilaciones entre rabia, vergüenza y vacío son transitorias.
Hay dos elementos del trastorno narcisista de la personalidad que merecen una atención especial; primero, la sensación de ser diferente y de no pertenencia; segundo, el sentimiento de culpa.
En el sentimiento de no pertenencia existe la sensación de ser diferente o extraño es un elemento estable en el trastorno (Akthar) El no compartir es una actitud altiva y despectiva en un estado grandioso –soy diferente en la medida en que soy superior–; en un estado de vacío el sentimiento de ser diferente lo hallamos en su forma pura: el sujeto se siente simplemente como un extraterrestre caído en la Tierra, el mundo no le afecta para nada. En el estado depresivo-aterrorizado la situación del estado grandioso se invierte, el narcisista es objeto del ostracismo de los demás, se siente rechazado, juzgado y, por tanto, expuesto a amenazas, a quejas de forma constante. La imagen negativa de sí mismo es inaceptable y tiene la sensación de que si los demás se fijan en él lo van a encontrar reprobable, merecedor de castigos. En general, la única pertenencia posible es pertenecer a comunidades imaginarias, al grupo de los elegidos; el narcisista consiente compartir cuando se halla en el inicio de las relaciones amorosas, o de amistades íntimas, o de grupos elitistas. Con el paso del tiempo, este sentimiento de compartir fusional, de simpatía electiva, deja espacio a diferencias insoportables.
Algunos autores subrayan que el sentimiento de diferencia puede originarse del siguiente aprendizaje: los padres creen en la superioridad del futuro narcisista y refuerzan su sentirse especial, diferente en cuanto superior Alice Miller. Otros observan que las familias de los narcisistas son extrañas, socialmente aisladas. Así pues, el niño crece diferente, objeto de las bromas de sus coetáneos. El sujeto resuelve la continua amenaza a su autoestima escudándose en el sentimiento de superioridad, construyendo una coraza, forjada a veces a partir de cualidades reales, o simplemente de fantasías de grandiosidad (Kernberg, Sam Vaknin): “Soy diferente porque soy mejor. Me atacan porque me envidian”, es la explicación que se da de su sentimiento de ser diferente, por lo que el camino hacia el trastorno narcisista de la personalidad está en marcha.
En el sentimiento de culpa en los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad Kohut sostiene que la emoción dominante es la vergüenza, en contraste con las concepciones psicoanalíticas clásicas que veían a la culpa edípica como organizador de la psicopatología. (Modell), aun reconociendo el valor de la observación de Kohut, se plantea el problema: el sentimiento de culpa, en particular la denominada del superviviente, es central en la experiencia de los narcisistas y contribuye a mantener la psicopatología. Según Modell, los narcisistas sienten que no tienen ningún derecho en su vida, y temen hacer daño a los demás si consiguen realizar sus propios deseos. Así los narcisistas experimentan un sentimiento de culpa (del superviviente, pero también edípico y de responsabilidad omnipotente) a la luz de un sistema de balance familiar. Tienen un sentimiento de pertenencia indiscutible a su núcleo familiar de origen, sienten que están en deuda respecto a dicho núcleo y que no son capaces de saldar dicha deuda (Serena Mancioppi, Donatella Fiori, Daniela Petrilli, Giancarlo Dimaggio).
De hecho, la dicotomía culpa-vergüenza no tiene razón de existir, es perfectamente posible que un mismo narcisista experimente (o se defienda de) sentimientos de culpa y vergüenza en circunstancias y en épocas diferentes de su vida.
Existen sujetos con dicho trastorno que se culpabiliza tan sólo imaginar hacer daño al otro, de tener ventaja para ganar. Es decir, el deseo accede brevemente a la conciencia, evoca un sentimiento de culpa, y la emoción resulta intolerable; el sujeto usa una estrategia de regulación de segundo nivel: eliminar de la conciencia el deseo. La repetición de esta actividad se convierte en un verdadero déficit, por lo que el narcisista tiene serias dificultades para acceder a sus estados internos.
En otros casos, los sujetos se ponen rabiosos por el simple hecho de sentirse culpables. Percibir este sentimiento para ellos significa inmediatamente tener que renunciar a sus deseos, ceder ante las pretensiones de los demás que sufren daños.
Pueden dirigir la rabia hacia el otro al cual atribuyen la intencionalidad culpabilizadora. A partir de este sentimiento entran en el estado de transición y en los ciclos interpersonales rabiosos. Es probable que el sentimiento de culpa se active de modo consciente durante el estado grandioso, pero que no sea reconocido porque genera enseguida la búsqueda del distanciamiento relacional o de la grandiosidad para mantener el derecho sobre las conquistas.
Alexander Lowen describió la afectividad apagada de los narcisistas, ignoran de manera sistemática las señales del cuerpo, y se basan en fantasías grandiosas y no en las emociones para dar sentido a la experiencia. Modell nos muestra que los narcisistas son incapaces de percibir la sensación de vitalidad, y una escasa importancia a todas las relaciones objetales.
Daniel Mo