La adicción y la relación temprana madre-hijo. 

​El origen de la adicción en respuesta a la solución inmediata del mundo interno y externo, como un estado de absoluta dependencia se localiza en el vínculo temprano madre-hijo (recién nacido).
La motilidad, estallidos emocionales, inteligencia, sensualidad y zonas erógenas del infante sólo se desarrollan y adquieren significado de acuerdo a la cantidad de estimulación o inhibición que la madre otorga a su vástago desde que nace hasta sus primeros años de vida.
En este inicial vínculo cada uno es objeto de gratificación para el otro. Al mismo tiempo, las bases fundamentales de la identidad de género sexual y la subjetividad, se están comenzando a articular en su estructura psíquica.
De este modo la relación temprana madre-hijo puede ser decisiva con respecto a determinados patrones de funcionamiento psíquico: “Una madre «suficientemente buena» en el sentido winnicottiano del término, normalmente tiende a fusionarse con su bebé en lo que Donald Woods Winnicott llama «la preocupación materna temprana» pero también señala que, en el caso de que esta unión fusional se continúe más allá del período normal de las primeras semanas de vida, se crea para el infante una situación patológica y persecutoria”.
Una madre por lo tanto es potencialmente capaz, debido a sus propias ansiedades, miedos y deseos inconscientes de instalar, a través de sus cuidados, lo que se puede conceptualizar como una «relación adictiva a su presencia» por las funciones maternales correspondientes.
Frente a tal eventualidad existe el potencial riesgo de que el niño pequeño fracase en establecer en su mundo interno, la representación de la instancia del cuidado maternal (y mas tarde paternal) con funciones que incluyen la capacidad para contener y poder manejarse con estados afectivos de dolor psíquico, o displacer, o de sobreexcitación.
El niño se ve entonces privado de la posibilidad de identificarse con dichas representaciones internas que le permitan autocalmarse en momentos de tensión interna o externa.
Este mismo lazo compulsivo entre madre-infante, quizás pueda también afectar la fase madurativa del desarrollo del fenómeno transicional (es decir actividades y objetos transicionales) según la conceptualización de Winnicott.
Habrá entonces, de parte del vástago una tendencia al miedo al desarrollar sus propios recursos psíquicos, y a instalar modos psicológicos particulares de enfrentarse con la excitación o el dolor.
El desarrollo de la “capacidad para estar sólo en presencia de la madre” (Winnicott) puede ser puesto en peligro, es así que la presencia de la madre es constantemente requerida para enfrentar cualquier experiencia afectiva, tanto aquella que surja desde el medio psíquico interno, como desde las circunstancias externas.
Ahora bien, hay que subrayar la importante influencia paterna sobre la estructuración temprana de la psiquis del niño.
«Primeramente se debe tener en cuenta el rol que el padre juega en la vida emocional de la madre. Probablemente la mejor garantía que tenga el hijo para desarrollar su propia capacidad para cuidarse, la logre a través de una pareja parental que se ame y desee mutuamente de manera que el hijo no se transforme en una extensión narcisística de la madre ni en un reemplazo libidinal del padre».
Del mismo modo la contribución paterna al discurso familiar sobre sexualidad, relaciones amorosas y vínculos sociales en general va a quedar sellada en la mente en desarrollo del niño desde su nacimiento.
Más tarde, en el curso de la vida, el intento de solución ante la falta de introyección de las funciones materna y paterna, se buscará inevitablemente en el mundo externo, al igual que en la temprana infancia. Es así como las drogas, la comida, el alcohol, el tabaco, los fármacos, etcétera pasan a ser investidos como objetos que intentan cubrir una función maternal que el individuo no puede asegurar a su propio Self. A menudo se agrega a esto una relación de tipo provocativo con una fuerza externa dotada de significado paterno, esto es la Ley Paterna tal como la plantea el psicoanálisis.
La elección del objeto de la adicción es rara vez obra de la casualidad. Cada objeto tiende a corresponder no sólo a una fase del desarrollo en la cual hubo un fracaso del proceso introyectivo en la infancia, sino que también tiene un significado en términos del “estado ideal” que el sujeto aspira a lograr: completitud, licuefacción, exaltación, eliminación del sentimiento de muerte interna, etcétera. Se espera inconscientemente que el «objeto de la adicción» reemplace, o repare, o mantenga la sensación del objeto faltante o dañado en el mundo interno del sujeto.

Todos somos adictos. 

​Todos recurren a comportamientos de tipo adictivo cuando ciertos eventos en la vida interna o en el mundo circundante, crean una situación de dolor, ansiedad o angustia inusual que sobrepasa los mecanismos de defensa habituales para enfrentar el displacer: en tales circunstancias es factible que cualquiera llegue a «abusar» de ver televisión, comer, beber, fumar, usar fármacos, ingerir drogas o incluso pasar muchas horas en Facebook, entre muchas otras cosas más, todo con la única finalidad de olvidarse momentáneamente de la tensión psíquica; o bien se puede llegar incluso a utilizar relaciones sexuales transitorias (aventuras), que la mujer tiende regularmente a reflexionar pasado el evento y preguntarse: ¿por qué lo hice? Si ni siquiera era de mi total agrado.
Podríamos decir entonces que esta forma particular de solucionar un conflicto o un dolor psíquico, sólo se torna en un «síntoma» cuando aparece como la «sola y única» manera de enfrentar el dolor mental o el displacer.
Suele ser bastante común que cuando se le pregunta el sujeto alcohólico y toxicómano por qué motivo abusa de las sustancias, responda: “El problema con mi adicción realmente sucede cuando no estoy seguro si me encuentro deprimido, ansioso, angustiado, feliz, nostálgico, excitado sexualmente… y es en ese preciso momento es cuando empiezo a drogarme. En una palabra mi estado anímico lo siento siempre ambiguo y difuso. ¡Ni siquiera se lo que deseo!”.
En algunos otros casos se llega a abusar de la sustancia psicoactiva con la finalidad de disuadirse de la ansiedad o angustia, es como si se usará un paliativo para reemplazar el displacer que nos causa el conflicto psíquico, con eso se suplanta, escapa o aniquila una parte del mundo interno, es decir una experiencia afectiva, obviamente dolorosa.

La perversión en la identidad de género. 

​Las investigaciones de Robert Jesse Stoller se centraron en los trastornos de la identidad de género, el transexualismo, el travestismo y las perversiones. Este autor sostiene que siempre hay un trauma en la historia del sujeto que presenta algún tipo de perversión, pero este trauma no es simplemente, como sugiere Sigmund Freud, la exposición a la realidad de la diferencia sexual genital sino el trauma tiene su origen en el ataque contra la sexualidad del niño en desarrollo; o bien el patológico vínculo madre-hijo y en consecuencia el conflicto para la separación-individuación de la progenitora y el infante; en esa misma postura describe a niños de género biológico inequívoco siendo vestidos o criados como miembros del sexo opuesto por los padres o educadores, además de ser ridiculizados e intimidados en relación con su identidad de género: ¡Eres un marica por llorar! ¡Los niños no lloran!…
Después de los traumas padecidos de forma «reiterada» durante la infancia, el sujeto siendo adulto comete el acto perverso como si este fuera una acción de venganza retrospectiva contra lo ocurrido en sus primeros años de vida.
Desde el psicoanálisis podemos observar que el hombre transvestido se viste para obtener una excitación sexual, pero asimismo parece que quisiera imitar y convertirse en una mujer desde una posición caricaturesca, como si para el transvestido fuera la feminidad una simple parodia, como un gracioso juego de niños. De esta manera niega su masculinidad y asume la identidad de una mujer. Sin embargo, se trata de una recreación en la que se reescribe la historia: esta vez el hombre no queda como la víctima humillada, sino que a través de la sexualización transforma el trauma para culminarlo en un placer a su modo, que significa un triunfo manifiesto. Así, la víctima-niño se convierte en vencedor-adulto, el trauma se convierte en triunfo y el sufrimiento pasivo se convierte en venganza activa, generalmente en fantasía, pero a veces se promulga. Esto resuena con la idea de Sigmund Freud de que el fetiche permite al sujeto escapar por medio de la renegación de intolerables ansiedades de castración a una posición de control y triunfo.
Podríamos también añadir que el acto perverso sirve como una especie de repromulgación aparente de un pasado traumático; el sujeto intenta repetir lo que se le ha hecho en su infancia, pero no exactamente como fue, sino como quedó plasmado (de manera deformada obviamente), razón posiblemente por la cual el acto es compulsivo, en un intento de integrarlo a su consciencia (simbolizarlo).
Tal vez la acción de eyacular represente inconscientemente para el sujeto normal, lo que podemos ver en el ritual de Cross-Dressing en el cuál se esconde el secreto de la masculinidad del hombre, pero al final del ritual se masturba y eyacula, reafirmando su masculinidad y triunfando mentalmente sobre quienes lo han humillado o denigrado, mientras que para el perverso la eyaculación tendría una connotación de desvalorización.

La adicción. 

​Cualquier forma de adicción está cargada con una cantidad considerable de compulsividad. Es evidente que una falla en el funcionamiento psíquico y en el mundo representacional interno no puede ser reparada por sustancias u objetos encontrados en el mundo externo; en otras palabras, la búsqueda de solución en la adicción es un intento infantil de autocuración, frente a la amenaza de estados psíquicos alterados.
Los sujetos cuya economía psíquica funciona predominantemente bajo este modelo, deben recurrir incesantemente a sus actividades de adicción. El alcance de la compulsión y su severidad o de otro modo su proclividad a la adicción, dependerá de los peligros de que deberá defenderse; en otras palabras, de la naturaleza de los estados de dolor psíquico provenientes del Ello que deberán ser dispersados o eludidos mediante la persecución del objeto de la adicción a cargo del Yo.
Estos estados psíquicos entran en tres categorías y determinarán la cantidad de “trabajo” que se espera que la adicción solucione apremiantemente.
Primeramente un intento por resguardarse de las ansiedades neuróticas (conflictos referentes a los derechos que se tiene como adulto: relaciones sexuales y sentimentales; obtener un placer narcisista en el trabajo y en las relaciones sociales).
Posteriormente un intento de combatir los estados severos de ansiedad (frecuentemente de naturaleza paranoide) o bien, de depresión (acompañada de sentimientos de muerte interna).
Y por último, en muchos casos, la huida de ansiedades psicóticas (tales como el miedo a la fragmentación física y psíquica).
Por debajo de cada uno de esos estados de dolor psíquico subyace un terror globalizado a enfrentar un vacío en el cual el sentimiento de identidad subjetiva está en peligro.
Con el descubrimiento del objeto de la adicción el sujeto sabe exactamente lo que debe hacer en todas las situaciones en las que la emoción lo sobrepasa. Es así que el sujeto angustiado está convencido de que nunca más sufrirá la sensación de total abandono en los brazos de otro. Nunca más tendrá que enfrentar una angustia sin palabras, ya que esta será inmediatamente descargada o limpiada a través del acto adictivo. Además el sujeto tendrá la impresión de estar ejerciendo un control omnipotente sobre el objeto de sustitución. Nunca más le faltará este «objeto» en la medida de lo posible.
El rol del desafío en la adicción como solución, además de dispersar el dolor psíquico, la conducta adictiva representa un intento de saldar cuentas con los objetos parentales del pasado. Invariablemente comprende un triple desafío:
«Desafío al objeto materno internalizado, experimentado como habiéndole fallado al sujeto, siendo ahora la función materna delegada al sustituto adictivo: “Nunca más volverás a escapar. Ahora tengo el control sobre ti”».
«Desafío al objeto paterno internalizado experimentado como habiendo fracasado en su función paterna, actitud desafiante que es a menudo proyectada a la sociedad entera en actividades antisociales: “No me importa lo que los demás piensen de mi conducta. Al diablo con “todos ustedes”».
«Finalmente existe, inevitablemente, un cierto desafío a la muerte. Esta puede adquirir dos formas, o bien: “A mi nada me puede afectar. La muerte es para los otros”. Y por el otro lado, cuando el sentimiento de omnipotencia cede el paso a un sentimiento de muerte interna: “¿…que mi conducta adictiva podría causarme la muerte? Ya no me importa nada, ni siquiera mi vida»”.
En cuanto a las adicciones, la labor psicoanalítica debe dirigirse, entre otras cosas, hacia la posibilidad de revelar y elaborar aquellos estados emocionales primitivos, infiltrados con sadismo oral y anal.
La solución ilusoria que proporciona la adicción es la huida de los miedos neuróticos, psicóticos y fóbicos. Se debe agregar a esto el concepto de los estados alexitímicos*, ya que uno de los más grandes obstáculos en el tratamiento de problemas de adicción es la «falta de tolerancia afectiva».
La economía narcisista es igualmente frágil, y por lo tanto la solución en la adicción tiene un doble propósito narcisistico:
a.- La reparación de la dañada imagen del Self.
b.- Mantenimiento del control omnipotente a través de la facilidad de recurrir al objeto de la adicción.
«Ante la aparición de impulsos suicidas» el tratamiento psicoanalítico puede resultar en algunos sujetos y en algunas circunstancias inapropiado, por lo cual se recomienda la asistencia de organizaciones tales como “Alcohólicos Anónimos”, “Drogadictos Anónimos” o similares que pueden concretamente reemplazar la falta de la dimensión paterna con la forma de algún cuidado comunitario consistente que los sujetos estén en constantes relaciones intersubjetivas, esto con la finalidad que el Yo del adicto sienta apoyo y sostén para su mejor integración, ya que muchos sujetos no pueden soportar las frustraciones inherentes a la relación psicoanalítica (Transferencia y Contratrasferencia). Finalmente, debemos reconocer que las adicciones sexuales son un intento de reparar el psiquismo dañado de la imagen distorsionada de la identidad de género y el rol como ser sexual.

* La alexitimia designa la incapacidad de hacer corresponder las palabras con las emociones.
Las manifestaciones alexitímicas nucleares son cuatro:
1.- Incapacidad para expresar verbalmente las emociones o los sentimientos.
2.- Limitación de la vida imaginaria.
3.- Tendencia a recurrir a la acción para evitar y solucionar los conflictos.
4.- Descripción detallada de los hechos, de los síntomas físicos, actividad del pensamiento orientada hacia preocupaciones concretas.
La alexitimia tiene como factor central un problema de la función simbólica, es decir, la incapacidad para expresar la dimensión inconsciente en palabras, ensueños y fantasías. Por estas características, es solamente a través de la somatización ( la somatización es una afección crónica en la cual el sujeto presenta síntomas físicos que involucran más de una parte del cuerpo, pero no se puede encontrar ninguna causa física sino más bien su origen es mental; sin embargo, el dolor y otros síntomas que las personas experimentan son reales y no son creados ni simulados) que el sujeto denuncia, o bien enuncia y puede dejar aparecer su estado emocional.

Las disputas en Facebook y la adicción. 

Generalmente las personas creen que la adicción está limitada a sustancias como el alcohol, cocaína, fármacos, marihuana, etcétera, pero también es cierto que puede servir a este propósito cosas tales como el sexo, la masturbación, la comida, el ejercicio —por mencionar sólo algunas— que se presentan en forma desmedida.
En este orden de ideas, observamos a través del psicoanálisis como el sujeto utiliza el vínculo con otras personas como un método para eliminar sus tensiones, con lo cual surge la necesidad de apoyarse o fusionarse con otro para aliviar sus estados afectivos dolorosos, por lo tanto podemos señalar entonces que las adicciones tienen el mismo propósito en común: “eliminar la tensión psíquica, o displacer el que se presenta”.
Es también sorprendente observar aquellos sujetos que sienten una necesidad imperiosa de buscar constantemente discusiones de cualquier índole con otras personas. Esto se denota ahora con bastante frecuencia en las redes sociales, donde leemos al usuario que contradice casi todas las publicaciones sin argumento alguno por la sencilla razón de carecer de los conocimientos sobre el tema, a estos cibernautas se les puede leer criticando desde el psicoanálisis hasta la física cuántica pasando por la farmacognosia, sin tapujo alguno; muchas veces se apoyan de Internet para buscar una opinión divergente a la publicación, «copian y pegan» con la finalidad de sentirse victoriosos. Ahora bien, estos sujetos frecuentemente esconden una posición paranoide (recordemos que la paranoia es una homosexualidad deformada)* y con sus acciones logran descargar levemente su tensión psíquica, manteniendo así controlada la ansiedad persecutoria.
El intento constante de eliminar «perseguidores internos» nos puede llevar a incluir a los sujetos que padecen insomnio en la categoría de los adictos, ya que también ellos están siempre a la búsqueda meticulosa de aquel ruido, ocupación o circunstancia externa, que responsabilizan directamente por mantenerlos despiertos.
Este tipo de vínculos que demandan dependencia, intercambio agresivo o contacto sexual compulsivo (en el que la personalidad del partenaire es a veces relativamente indiferente) puede adecuarse a las funciones de adicción descriptas más arriba, es decir para la dispersión de afectos y el uso de sustancias o personas como sustituto de «objetos parentales internos dañados o incluso faltantes».
*Sandor Ferenczi.

Los sujetos perversos. 

​Cuando el psicoanálisis utiliza el término “perversión” desafortunadamente el lego tiene prejuicios morales por seguir usando esta palabra. En las demás ciencias que se dedican al estudio de la salud mental, muchos profesionales han rechazado este término en favor del término «parafilia» por tener una connotación neutral, pues no altera el estado anímico cuando se pronuncia. Pero si seguimos en esta línea tendríamos que suplantar muchas otras palabras que causan el mismo efecto, pedofilia, defecar, orinar, violar, etcétera, algo que resulta ser realmente estulto.
Para Sigmund Freud fue el instinto sexual lo que se pervertió del objetivo de la relación sexual y el objeto de una pareja heterosexual. También agrega que las perversiones son actividades sexuales que “se extienden, en un sentido anatómico, más allá de las regiones del cuerpo destinadas a la unión sexual” o “se detienen en las relaciones intermedias con el objeto sexual que normalmente deberían atravesar rápidamente en el camino hacia el objetivo sexual final”.
Ahora bien, el lego, el obcecado y el moralista consideran que estas desviaciones del objetivo y del objeto están presentes en todos los sujetos, por lo tanto esto sería común en todos los seres humanos y en consecuencia nadie debería ser «tachado» de perverso por estos comportamientos. Pero Sigmund Freud agrega más adelante: “Al parecer, ninguna persona sana puede dejar de hacer una adición que podría llamarse perversa al objetivo sexual normal, y la universalidad de este hallazgo es en sí misma suficiente para mostrar cuán inapropiado es usar la palabra perversión como término de «reproche»”. Para el psicoanálisis estas acciones “perversas” son aceptables siempre y cuando representen sólo los juegos previos al coito. Pero si los comportamientos se convierten en la fuente exclusiva del placer, o tienen las características de una fijación, o resultan ser extremas (requeridas por el sujeto para superar reacciones normales de vergüenza, horror, disgusto o dolor) entonces nos encontramos ante la Estructura Perversa que realmente es un grave problema de salud mental.
La Estructura Neurótica también presenta «rasgos perversos», pero para el psicoanálisis esta organización es la más apta para adecuarse a la realidad. Podemos nada más agregar que el neurótico ingenuamente «intenta ser perverso» porque se siente tentado hacerlo, pero para su buena suerte jamás logrará ser un «auténtico perverso» por la sencilla razón que el sujeto no pude pasar de una estructura a otra, su organización psíquica es inmutable, psicoanalíticamente hablando.

El pasado se puede cambiar. 

​“La vida solo puede ser comprendida hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia delante”. Søren Aabye Kierkegaard.

Nuestra primera impresión sobre el «pasado» es que no podemos cambiarlo, pero ¿por qué motivo creemos eso? Porque volteamos al pasado y lo observamos invariablemente desde el mismo ángulo, siempre vemos la misma cara de la moneda, cuando en realidad el pasado tiene múltiples facetas.
Lo que nos a enseñado el psicoanálisis cuando surge la «transferencia» y la «contratrasferencia» por breves momentos, es que a partir del presente podemos mirar el pasado desde una diferente posición y en consecuencia cambia necesariamente nuestra perspectiva.
La definición que nos proporciona el diccionario de la palabra “perspectiva” es: «mirar a través de» esto lo podemos interpretar en: «mirar a través del psicoanalista». Y la otra definición es: «observar atentamente» que lo podemos deducir en: «observar atentamente nuestra introspección retrospectiva».
Ahora bien, esto no significa que el presente se enriquezca con recuerdos del pasado sino más bien el pasado se enriquece —y en consecuencia cambia— con las nuevas perspectivas que vamos construyendo en el presente. Ian-Moh@rt.

El silencio después del incesto. 

​Cuando ocurre el incesto regularmente la víctima y sobre todo la familia guarda silencio sobre el lamentable incidente; a primera vista la mayoría de las personas pensarían que no se habla sobre la violación por razones de vergüenza, o por tratarse de un hecho repugnante que se desea olvidar inmediatamente para borrar el dolor que representa.
Ahora bien ¿por qué razón en otros hechos perniciosos, como un accidente, una defunción, un secuestro, una enfermedad, etcétera la familia aborda el tema libremente, e incluso desea conocer los mínimos detalles del acontecimiento, mientras que en el incesto se calla rotundamente?
Desde el psicoanálisis podemos dar una respuesta a ese silencio sepulcral que guardan los sujetos respecto al incesto, primeramente debemos señalar que existe una reacción de enojo o rabia hacia al agresor sexual con deseos de tomar justicia por propia mano y propinarle con un castigo cruel por la barbarie cometida. Pero ¿cuál es la razón de tomar esta actitud?
En la mente del sujeto se desatan deseos profundamente reprimidos en contra del culpable porque esa misma acción de violar la poseen todos seres humanos de manera latente, sigilosa, inconsciente, motivo por el cual el sujeto se horroriza o se asombra porque le resulta también muy difícil dominar «su deseo de violar»; por eso evita al culpable con horror, el espanto surge porque conlleva un miedo inconsciente a contagiarse y tener en consecuencia al mismo fin. El incesto se ha transformado entonces en un tema tabú, si la familia osara hablar abiertamente sobre el incesto sería tomado por estos como una incitación directa a ponerla nuevamente en práctica, por eso nadie se atreve abrir el tema a discusión, conocer los pormenores… Por otro lado el sentimiento de culpabilidad que guarda el violador y la sumisión voluntaria al castigo es generalmente aceptada. Difícilmente puede dejar de actuar el violador aunque las leyes se vuelvan más estrictas y las penas más grandes, el castigo no mermará las perversiones, sino simplemente la disposición legal surge para proteger a la sociedad. Indiscutiblemente el castigo legal no es sólo una institución práctica para defensa de la sociedad, o una medida que trata de enmendar al culpable y que se realiza a título de ejemplaridad, sino que satisface también nuestro lado oscuro, el deseo abierto o disimulado de ser crueles y sobre todo vengativos y despiadados, de esos sentimientos también están constituidos todos los humanos.

En la sobreprotección y la amabilidad exorbitante subyace inconscientemente el ánimo de ser crueles. 

​El psicoanálisis indica que la neurosis obsesiva se caracteriza por toda una serie de prohibiciones supersticiosas cuya violación supone la realización de actos propiciatorios obsesivos muy diversos, estos pueden ir desde evitar caminar por debajo de una escalera, pasar un salero de mano a mano y cosas por el estilo.
Además los obsesivos viven en el constante temor de perjudicar a su prójimo; para evitarlo, tratan ansiosamente de no tocar lo que haya podido estar en relación con un objeto que tenga que ver, aunque sea indirectamenie, con la persona a quien se refiere su angustia morbosa. Si, a pesar de todo, es inevitable el contacto con tal objeto, el neurótico obsesivo se ve obligado a lavarse durante horas enteras, a mantener pensamientos tortuosos, a sacrificar parte de su libertad y de su fortuna para recuperar su paz anímica.
Sigmund Freud ha descubierto mediante el psicoanálisis que estos sujetos alientan en su inconsciente cierta animosidad ligada a una tendencia a la crueldad precisamente contra esos «seres amados superprotegidos», que se preocupan por ellos de manera excesiva y que su horror a los objetos en relación con estos seres armados se debe a que bastaría una sola palabra o una mínima acción para despertar el feroz odio latente. He ahí el cambio de humor repentino.

El fetichismo (Segunda Parte). 

​En el psicoanálisis vemos a sujetos que el sólo hecho de observar una “parte prohibida” del cuerpo de su pareja puede llevar por un lado a una relativa disminución del apetito sexual, y por el otro lado a sensibilizar las demás cualidades sensoriales. El hacer predominar una cualidad sensorial en detrimento de las otras se debe en muchos casos a que precisamente las cualidades relegadas fueron objeto de represión, por estar asociadas a emociones o acciones que se prohibieron durante la infancia por los padres o educadores, de manera directa o indirectamente, mismas que dejaron un trauma profundo en el sujeto; un ejemplo común de esto, es evitar el fellatio o cunnilingus por razones de olor y sabor que pueden sentir al practicarlo.
Ahora bien, el amante «normal» ve a su objeto con gusto, el contacto le causa placer, los besos le agradan, el olor específico de su pareja le encanta, las caricias le estimulan y su voz tiene para él un sonido maravilloso, en una palabra, ama con los cinco sentidos. Y si somos aún más profundos a éste respecto, podríamos decir que en toda relación amorosa madura, el intercambio sexual resulta ser inoloro e insaboro porque jamás le causa repugnancia el contacto intimo con su partenaire.
Hay que señalar enfáticamente, para no desvirtuar la naturaleza del fetichismo, que todo ser humano tiende a ser fetichista; es decir, si alguien le gustan las mujeres con senos exuberantes y sólo busca mujeres de ese tipo, no por ello es fetichista, ya que esto representa una de las innumerables variantes sexuales que existen. El fetichismo «normal» facilita la posesión de la mujer e incluso intensifica la libido, otorgando mayor predilección a determinadas zonas erógenas que hacen más valiosa la posesión de la mujer; pero por el contrario, el fetichista patológico percibe como una apremiante necesidad el fetiche para llegar al coito; catalogándolo como un factor principal; con el fetiche «suplanta» a la mujer, y por consiguiente la desvaloriza en todo momento, de manera consciente o inconsciente.
El fetichista patológico por lo regular tiene como fetiche una zona que le corresponde de igual manera a la propia, por decirlo de alguna manera, les fascina en el otro lo que les encanta en si mismos, obtienen la libido únicamente en aquellas zonas cuya excitación produce la libido en ellos también.
Generalmente los fetichistas patológicos tienen múltiples parejas, incluso pueden llegar a la promiscuidad, y con ello expresan un “Donjuanismo” o al menos se encuentra latente en ellos, aunque esto los lleve a estar en pugna con su moral.
El fetichista es un “Don Juan”, o tiene al menos los secretos íntimos de serlo, en lugar de conquistar mujeres puede optar por coleccionar artículos: ropa interior, cabellos, fotografías, videos, etcétera. Pero con el tiempo el objeto del fetiche pierde su fuerza e interés, y entonces busca ávidamente otros o artículos para volver —después de algún tiempo— al primero, como hace el Sultán con su harén, donde siempre tiene una favorita.
En todos los casos de fetichismo patológico parece regir la fidelidad a la zona corporal o a la prenda, y esta se expresa en el momento de la relación sexual, donde la masturbación se hace manifiesta en la fricción constante y permanente con esa parte erógena de su devoción, evitando casi de manera completa el coito, entonces la fantasía que conlleva el fetiche obtiene el goce anhelado, y en consecuencia el contacto intersubjetivo con la mujer ha sido sustituido.
El goce para el fetichista patológico puede sobrevenir también mediante el agotamiento de la masturbación, misma que puede incurrir muchas veces en un solo día porque la necesidad de repetir el acto onanista delata la ausencia de satisfacción con la pareja.
Es notable el impulso exhibicionista que sienten los fetichistas patológicos, encontrando en el estímulo de la masturbación en público, la enunciación de sus secretos. Todos estos sujetos sufren bajo la fuerza efervescente del secreto, escondiéndose con mucha timidez y viviendo en su mundo de fantasía, pero al mismo tiempo, otra fuerza los empuja a delatarse, a contar su secreto a todo el mundo.
Los actos impulsivos que realizan estos sujetos, es en una especie de estado crepuscular; suelen ser soñadores diurnos que borran los límites entre la realidad y la fantasía.
Por lo general los fetichistas patológicos llegan a tener una fijación desde su infancia con su naciente sexualidad, esto significa que los primeros acercamientos sexuales pueden contener un preponderante significado en su vida adulta para alcanzar el orgasmo. Esto lo podemos denotar fácilmente con los efectos que trae aparejado el consumo de bebidas embriagantes, cuando se destruye las inhibiciones y en consecuencia se liberan nuevamente los impulsos infantiles dejados tiempo atrás, con la apremiante tendencia a retornar al pasado por algún deseo no realizado, o con el afán de revivir alguna escena erótica vista por accidente entre sus familiares o del círculo social más allegado.
Estos sujetos oculta sus genuinas tendencias y las causas de su simbolismo sexual, aunque claman por su curación y prometen no volverlo a hacer más, en verdad no es así, fingen ese deseo de curación por cuestiones morales y sociables. Pero en el fondo están fijamente apegados a su fetiche y al símbolo que este representa que les proporciona ese exquisito goce, y cuando intentan realmente curarse puede llegar al extremo paradójico de convertirse en castos.