La intimidad. 

“Escojo a mis amigos por su buena apariencia, a mis conocidos por su carácter y a mis enemigos por su razón“. Oscar Wilde.

La palabra «intimidad» no tiene una definición inequívoca. Ni siquiera podría decirse que se opone a lo público. En todo caso, regularmente son ciertas manifestaciones psíquicas las que delimitan su experiencia; principalmente la vergüenza y el pudor.
Entre los niños siempre es notorio el momento en que alguna de estos puntos subjetivos se hace presente por primera vez. Y, curiosamente, es en relación al uso del lenguaje hablado que lo ponen de manifiesto antes que tocar el cuerpo propio. Un niño de tres años por ejemplo puede deambular desnudo en su casa sin dificultades y, sin embargo, mostrarse cauteloso para expresar algo a sus padres frente a extraños. De este modo, la esfera de lo íntimo tiene como ámbito de circunscripción y vigencia cierta disposición enunciativa. Es una manera de hablar, que también se verifica en otra práctica que los infantes ejercitan con un particular placer a partir de cierto momento: el contar algún secreto. Un secreto, como tal, no dice nada. Es un modo de decir. La contracara del secreto es la promesa. Quien dice o recibe un secreto provoca una relación particular entre dos, quedando inmediatamente comprometidos. El decir del secreto produce una intimidad irrescindible. ¿Cuántas veces no hemos atesorado la confidencia del prójimo? a sabiendas de que “eso” que debemos guardar y cuidar generalmente sólo concierne a esa persona y, desde nuestra posición no tiene mayor relevancia cómo para quién nos lo confía. Por ejemplo, cuando una amiga nos confía que se encuentra embarazada. En última instancia, será ella quien tenga mayor incumbencia de su futuro hijo porque se hará cargo de su manutención, cuidarlo y educarlo.
En una sociedad volcada al chisme y hacer evidente lo que se intenta mantener en privado ¿No cabría decir que el contexto de intimidad debe ser puesta en cuestión? En nuestros días está muy extendida la idea que los sujetos exhiben su intimidad, especialmente en las redes sociales. Sin embargo, este planteo es algo reduccionista y simple, propio de la «psicología cognitiva». En todo caso, hay un discurso público acerca del propio sujeto. Porque lo íntimo no se opone a lo público. Esta confusión presupone una equivalencia entre lo íntimo y lo doméstico. En cambio, la intimidad es un tipo de lazo social. Uno de los lazos sociales más debilitados en la sociedad contemporáneo, pero no inexistente ¿Qué significa esto? Abordemos un ejemplo. La función que tiene un psicoanálisis es una práctica fundada en la intimidad. Sigmund Freud decía al respecto que lo propio del trabajo psicoanalítico radica en establecer una conversación distinta a la cotidiana. A diferencia de la comunicación ordinaria, el decir en un psicoanálisis tiene un estatuto específico: El que habla no intercambia información con el psicoanálista (no dice “nada”, en este sentido) sino que recupera la posición desde la cual habla, y así la pierde; es decir, pierde su posición en la medida en que la consigue. En esto consiste lo que Jacques-Marie Émile Lacan denominó “destitución subjetiva”. He aquí lo más destacado del “diálogo” (“dia”: a través; “logos”: discurso) que propicia el psicoanálisis pero ello no es caso excepcional. En realidad, el discurso entre los amantes se caracteriza por una intimidad semejante. Roland Barthes decía en su obra “Fragmentos de un discurso amoroso” que dicha intimidad se caracteriza, hoy en día, por su “extrema soledad”.
Retomando el punto ¿No es evidente el modo en que eventualmente los amantes se anticipan en lo que van a decir, o hacer, o cómo se sienten, como si cada uno pudiera leer en su partenaire el pensamiento? ¿No es siempre curioso escuchar el modo de hablar de los amantes, con sus singulares epítetos y formas muy peculiares de lenguaje? Sin duda, también el discurso amoroso se separa del hablar cotidiano. Y, sin embargo, el sistema capitalista influye de manera preponderante en este vínculo. Lacan sostenía esta idea, cuando afirmaba que el capitalismo se desentiende de “las cosas del amor”. El surgimiento del capitalismo trajo consigo un impacto negativo en el amor. La correlación entre el amor y el psicoanálisis, es que el primero se encuentra en el centro de aquel, algo que es denominado la «transferencia».
Ahí donde creeríamos que hay una intimidad exacerbada (redes sociales) en realidad se comprueba una pluralización de modos de comunicación, que sirven para decir mucho, pero carecen de consecuencias. Nos hemos vuelto todos comunicadores, desde las diversas áreas del conocimiento humano, hoy podemos decir que conocemos a muchos personas, que tenemos cientos o miles de contactos, gracias a los medios de comunicación principalmente a través través de la Internet, pero paradójicamente pocos son los «lazos de intimidad» que tenemos con el prójimo. Porque en última instancia la intimidad siempre nos compromete con el otro, pero también con uno mismo, en la medida en que dispone a dejarse transformar y vincularse por la palabra, como seres parlantes que somos.

¡Ser feliz! ¡Ser uno mismo! 

“Hay dos clases de tontos: los que no dudan de nada y los que dudan de todo”. Príncipe de Ligne.

La afirmación: “Tengo derecho a ser feliz”, se ha vuelto un enunciado habitual en nuestros días, pero surge inmediatamente la pregunta ¿me lo merezco?
La depresión del sujeto se ha convertido en algo peor que la represión. Si, con Jacques-Marie Émile Lacan, entendemos que «lo que no está prohibido se vuelve obligatorio», no puede extrañar que al sujeto dividido por el deseo se le oponga el sujeto de la performance.
Por paradójico que parezca la búsqueda incesante y permanente del sujeto por ser diferente lo conduce sin duda a la máxima homogeneización, tal como se comprueba en la proliferación de las diversas técnicas de autoayuda y la multitud de caminos espirituales ofrecidos para que cada uno se encuentre consigo mismo, con su ser más profundo que lo habita, aunque el verdadero Yo de cada sujeto sea el saldo —sin que tenga conciencia de ello— de una identificación con una imagen ideal proveniente del otro u otra cultura.
Ser uno mismo, ser como se es, ser original, he aquí las posiciones delirantes del sujeto de nuestro tiempo, demasiado empastadas con la ambición de «ser» y menos con el «devenir».
La pretensión de originalidad que pretende alcanzar el sujeto es algo tan extraviado como la demanda de ser feliz. En última instancia, es una fantasía anoréxica la suposición de que se pueden tener ideas propias. Acaso, ¿no vienen del “Otro” las ideas que nos sorprenden, incluso cuando ese “Otro” puede ser una intuición repentina, un sueño, un chiste oído al caminar? La otra cara de esa apropiación frenética y narcisista de las ideas es el desarrollo creciente de juicios por robo de autora, como lo desarrolla Hélène Maurel-Indart en su libro “Sobre el plagio”. Charly García decía en una entrevista: “El que roba a uno es un pelotudo, el que le roba a todo el mundo es un genio. El estúpido cree que el genio tiene que inventar algo”. Sólo restaría agregar que la afirmación de Charly es una variación de otra de Ígor Stravinsky; “Un buen compositor no imita, roba”; que, a su vez, es una variación de otra de Oscar Wilde: “El talentoso toma prestado, el genio roba” y así sucesivamente. Por eso, cabría decir mejor que genio no es el que inventa grandes cosas, sino aquel que puede disfrutar de la genialidad de los otros sin sentirse opacado.