La desintoxicación.

“En el hombre la droga adormece el sexo y en la mujer, el corazón”. Jean Cocteau.

Hay un diario que fue escrito por Jean Cocteau durante la estancia para desintoxicarse en la clínica de Saint-Cloud entre diciembre de 1928 a abril de 1929; no era su primer internamiento —nos relata Cocteau— y agrega que volvía a fumar opio porque se sentía ante un desequilibrio nervioso cuando dejaba de hacerlo por lo que optaba por una quietud artificial. Lo interesante es que Cocteau consideraba que con sus textos hacía un aporte importante a la toxicomanía. «Como suele ocurrir, lamentaba que la medicina, en lugar de perfeccionar la desintoxicación, no se dedicará concienzudamente a convertir al opio en inofensivo». Sostiene, por ejemplo, que muchos médicos ignoran las trampas de una desintoxicación, se conforman con una supresión o abstinencia, y el toxicómano regularmente sale destrozado de esta prueba inútil. Él reconoce que volvió a intoxicarse porque los médicos sólo lo purgaban: “no buscan curar las causas primeras que llevan a la intoxicación”, razón por la cual reaparecía el desequilibrio nervioso, y apelaba al opio. Para Cocteau la eficacia del opio implica establecer un pacto, algo que se sella, y hacer un tratamiento moralizante de la cuestión, era como pedirle a Tristán que mate a lsolda* asegurándole que luego se sentirá mucho mejor.
Este autor continúa diciendo que salir de la intoxicación era como salir de una hibernación, por eso algunos toxicómanos necesitan de un “correctivo” y recurren al consumo de la sustancia tóxica, pues para ellos “el mundo es un fantasma hasta que una sustancia le da cuerpo”; el problema es que a veces el remedio que encuentran los puede también matar.
«Establece una diferencia entre hombre y mujer; en el hombre la droga adormece el sexo y en la mujer, el corazón». En el hombre existe una especie de fijador, y sin él la vida se vuelve intolerable, es algo que le permite dormir al condenado a muerte. Cocteau siente que le falta ese fijador. Nos habla del tedio del fumador curado. Todo lo que hacemos en la vida es en el tren expreso que corre hacia la muerte. Fumar opio es como bajarse del tren en marcha.
Afirma que lo que hace un fumador es pagar una falta y que vuelve al opio en su contra.
No hay un amante más exigente que la droga, planteamiento que conduce a pensar en el Superyó. Sus celos llevan a castrar al fumador. El opio es la mujer fatal. «De este modo, el primer efecto que reconoce en el proceso de desintoxicación es el retorno de la sensualidad, a desear la relación sexual y sobre todo a ponerla en práctica». La intoxicación ocupa para Cocteau el lugar de una mujer, y hace las veces de una práctica sexual. Mujer exigente, por cierto. Uno de los últimos aforismos del diario resume la problemática en cinco palabras: “Si el opio lo quiere…”.
Podemos referirnos al diario de Vicente Verdú: “Días sin fumar” el cual resulta también de sus memorias sobre la desintoxicación. Para el escritor y periodista español el cigarrillo era una compañía insoslayable. Decide dejar de fumar y describe sus síntomas de abstinencia que forman un sistema circular dentro de la oscuridad del adicto. Fumar le produce faringitis, pero dejar de fumar le seca la garganta y le engendra faringitis. Fumar le causa dolor de cabeza pero dejar de hacerlo le incrementa la tensión y vuelve dicho dolor. La frontera entre la salud y la enfermedad es un tanto difusa y la vida, razona, no es propiamente salud.
«Podemos decir que la finalidad del consumo de la sustancia tóxica es presentada como algo que funciona no para procurarse placer, sino para atenuar el dolor». Resulta interesante la sensación que se le presenta a Verdú cuando el cigarrillo ya no forma parte de su vida: se le representa la idea de que es un «sujeto castrado».
Lo que cada uno dibuja con su escritura, lo que logran contornear, es lo que se juega en la abstinencia: la confrontación brutal con una falta que la su tóxica obturaba, con sus consecuencias subjetivas: “La angustia ante la carencia y el desgarramiento frente a la decisión de abandonar un Goce”.
El psicoanálista invita a un proceso de escritura que permita circunscribir esta cuestión de otra forma. Es el destino común del psicoanálisis que lleve al sujeto hasta ese límite, pero por un camino adecuado y sobre todo seguro. Un derrotero que se va construyendo a partir de los puntos de falla de los tóxicos y, fundamentalmente, de las decisiones del sujeto. Obviamente no se trata de que el sujeto tenga que andar procurando consolar su Goce, no se trata de que lo frene el “Otro” o su propio Yo. El psicoanálisis lleva a que el “Otro” se haga consistente, pero por otros medios que los de la operación cínica que posibilita el consumo, esto significa que el Superyó se desacelere lo suficiente como para que el Goce sufra cierta mutación y que el sujeto pueda palpitarlo de la forma en que más le plazca. Como lo plantea Jacques-Marie Émile Lacan: “un análisis implica reescribir la historia”.

*Tristan e Isolda es una leyenda que se encuentra enraizada en tradiciones que probablemente se remontan a la época de la dominación vikinga de Irlanda en el Siglo X, durante el período del Reino de Dublín, aunque incluye elementos procedentes probablemente de otros ámbitos culturales.

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